Óscar Ochoa

A la memoria de Heriberto Salas Amac
Una de las propuestas del filósofo francés Félix Guatari es la de transitar de las revoluciones moleculares a la Ecosofía. Las revoluciones moleculares, son un concepto de Michel Foucault y se refiere a los movimientos que, desde los 60s del siglo XX se aglutinaron en torno a transformaciones sociales definidas por objetos, sujetos, representaciones, etc., como lo fueron el feminismo, las luchas por los derechos de los afrodescendientes, el ecologismo o el pacifismo de aquellos años.
Pero con el paso del tiempo estas revoluciones, a pesar de su legitimidad parecen no alcanzar los frutos anhelados, por lo que se necesita un punto aglutinante que mantenga las diferencias y que al mismo tiempo unifique la lucha por la justicia. Es el mismo autor quien años más tarde propone la Ecosofía como una disciplina humanista que no ponga como centro al hombre y que busca la conciliación entre diferentes saberes, no sólo occidentales, que articulen de manera orgánica lo psicológico con lo social como parte de la biosfera y en franco equilibrio con la Naturaleza.
La idea de este filósofo es la de aglutinar y transformar estas luchas moleculares y disgregadas, en una lucha que contemple los tres registros en los que la ecología tiene significación: el medio ambiente, las relaciones sociales y la subjetividad humana, en una articulación ética y política; esto es, la Ecosofía como una ruptura ideológica con la modernidad capitalista.
Desde esta óptica, no hay movimiento político que, sin contemplar la ecología, pueda hacerse viable en el contexto actual, frente al progresismo tecno-científico que aun embriaga a aquellos que esperan algo bueno del capitalismo. La Ecosofía se ancla en una cosmopolítica que establece alianzas con el cosmos, con la Tierra y su biodiverdiad, al igual que con la diversidad humana,mlos pueblos originarios saben de ello. Un trato digno para la Naturaleza como Ser dador del sustento, y no sólo alimenticio, es la base de esta ética, que dentro de las rupturas que el capital ha ocasionado en su avance, está el rompimiento espiritual con ella, cosificándola, y en consecuencia, un desprecio que sólo recurre a ella para usarla, contaminarla y destruirla. Otro de los efectos del colonialismo es considerar la Naturaleza un ello y no una Ella, como un territorio más de conquista que sirve para enaltecer el espíritu apocado del humano alienado bajo el capitalismo.
La modernidad en su avance desbocado, muestra su rostro más vil -presente desde el primer despojo de tierras ajenas- en pos del progreso: la colonización. Los bienes (agua, aire, tierra, etc.) se volvieron recursos, y la palabra misma “recurso” perdió su sentido simbólico de ser una fuente inagotable para volverse un objeto impersonal en manos de los empresarios: mercancía.
Los bienes son los que deben cuidarse, porque somos transitorios en este mundo, y un gesto de sabiduría y generosidad con las generaciones venideras es el cuidado de éstos, los cuales nos fueron heredados por los abuelos -así lo expresan los pueblos- ya que el sentido último del humano, acaso sea el de ser guardián, más que dueño de este mundo; estableciendo una comunión con la Tierra, con otras especies, y con su propia comunidad, es decir, sacralizando su propia existencia más allá de un pensamiento mágico o religioso.

 

Las fuerzas de los trabajadores en el mundo y en México, muestran un grave descenso en su organización unitaria y su movilización y hay sectores que expresan una confusa forma de pensar sus tácticas de lucha o de negociación ante una crisis múltiple económica, sanitaria, social, de violencias, exclusiones y depredación. Pero hay el descontento popular no sólo ante gobernantes, sus estallidos y revueltas en países como Chile, Colombia, Ecuador o Estados Unidos van más allá del esfuerzo por sobrevivir. Mas la posibilidad de las derrotas o del abandono de banderas a cambio de alguna reforma, nos obligan a revisar las opciones que aparecen como como vías para construir una respuesta que acumule y no desagregue.

 

Este periódico se difunde al iniciar junio, cuando el capitalismo mundial se sincroniza abriendo las puertas a la redoblada explotación de una reducida fuerza de trabajo que volverá a ser contratada con inseguridad para su salud y empleo. Días por venir de dudas, tras un confinamiento necesario y obligado no sólo por el COVID-19, sino para amortiguar la desmantelada red de servicios de salud pública en la mayoría de los países.

 

Pero muchas personas, principalmente en los países del Sur y en las zonas empobrecidas del Norte, ya estaban en las calles, porque no es otro lugar donde pueden competir por un ingreso, por comida y medicamentos. También en las calles y plazas para demandar, protestar y hasta levantarse contra la acción de los gobiernos, de cualquier color e ideología, que les mienten, que no resuelven las urgencias o que aprovechan la crisis sanitaria para deshacerse de la población sobrante en la producción y en la vida misma.

 

En México se llama a esto: fase de “nueva normalidad”, el mismo nombre que va y viene en boca de mandatarios, organismos internacionales financieros y de salud, así como en sus medios: “normalizar” de manera “nueva” la vida de la sociedad capitalista. Volver sin tregua a buscar las ganancias que han decaído para porciones de empresas, buscar las vías para que el desempleo, la enfermedad, las malas condiciones de trabajo y los despojos de recursos y de territorios no se conviertan en crisis políticas que pasen de la demanda a más revueltas y posibles insurrecciones.

 

Nueva normalidad” que intentan organizar los Estados Nación cumpliendo su papel como poder del capital, como reproductores del capital y pacificadores del descontento social.

 

Nueva normalidad”, sin embargo, que está colgada de alfileres porque la crisis del COVID-19 tenía raíces en crisis del sistema sanitario y ambental, en crisis económicas en sectores y países subordinados, endeudados y desposeídos por el capital transnacional y financiero, crisis social y cultural cargada de violencia militar y paramilitar, con formas patriarcales, racistas y discriminatorios a mujeres, viejos, jóvenes o de pueblos originarios y con culturas ancestrales.

 

Una crisis profunda que saben que se alargará tomando la forma fatal de una “L depresiva”, de la que no se sale con las fórmulas anti cíclicas de un capitalismo “bondadoso”, pues este no existe ni existirá. Por lo cual se prevé una coordinación de acciones gubernamentales de contención social redistributiva (progresismo o neo desarrollismo) y de actos de directo avasallamiento del voraz (empresarial, usurero, de gobiernos fascistas o de control militarista). Quien decide cómo actuar, no son las élites del poder, aunque lo parezca, lo decide la historia de lucha de clases que en los países se agita, de manera desigual en canto a acumulacipon de fuerzas, pero siempre presente. Atiende al pulso de pueblos que aprenden a no callar su descontento o al menos a exigir el cumplimiento de promesas y de pactos que “democráticamente” los hicieron votar por gobiernos de contención.

 

El fascismo corriente en Estados Unidos, Brasil, Colombia, Honduras predominarsin oposición y anima al crecimiento de las derechas fascistas en todos los continentes. Pero en algunos de esos lugares ya tiene la resistencia organizada de los pueblos como en Chile, Ecuador, Colombia, y ciudades de Europa, Estados Unidos y hasta en China.

 

Por su parte, el progresismo timorato no va contra los empresarios que gozan de bajos impuestos y grandes contratos, ni contra las deudas interna y externa ilegales e impagables. Lo que intenta ese tipo de gobiernos son programas sociales que individualizan y separan a sus beneficiarias, tratando de evitar que se organicen y luchen por lo que es suyo. Aun así, no pueden detener el aumento de protestas por el desempleo, las carencias sanitarias y alimenticias y el despojo de recursos naturales y de comunidades, pueblos y naciones autónomas. Por eso en Argentina, España, Francia y México, el capitalismo neoliberal sigue vivo en las manos de los más grandes capitales, y de gobiernos “progresistas” encadenados a bancos y Tratados internacionales.

 

De manera urgente y autocrítica, nuestros pueblos defienden la vida contra el afán de ganancia; que la vida digna valga mucho más que una despensa a la persona o la promesa de un empleo temporal en un megaproyecto. Que la vida la cuidemos en familia, en comunidad, con ayudas mutuas barriales, ollas populares, tandas de alimentos, grupos de salud y producción comunitaria.

 

Trabajadores que no claudiquen ni en el sector salud, ni en las maquilas y ensambladoras encadenadas al ritmo del imperio, ni en la minería depredadora o la construcción que mata y empobrece. Por igual, trabajadoras de apariencia dispar como las de cuenta propia, o quienes sufren el outsourcing en oficinas, domicilios, transporte y distribución, construiremos el movimiento que rompa con la normalidad que prolonga la miseria y la muerte.

La sociedad parece moverse en mundos paralelos y cada uno de ellos pareciera ajeno a los demás. Esto afirman compañeros que analiza los cambios que ha descubierto esta crisis múltiple en la que el capitalismo global ejerce su dominio probando vías psicológicas y cibernéticas para fortalecer su guerra contra los pueblos y la vida del planeta en su desmedido afán de riquezas y de poder. Los sujetos sociales somos subordinados al capitalismo patriarcal, depredador y racista, pero el poder del gran capital financiero se ha decantad ya no solo por las relaciones de producción y de poder económico-político, sino por medio de un callado e implacable avance de la tecnología psicocibernética que raya en lo inimaginable.

Hay quienes consideran que el clásico antagonismo de la lucha de clases, se podría convertir en la lucha de la sociedad crítica (pensamiento, saberes y sentires), contra el control implacable de la tecnología que controla mentes y cuerpos a su antojo y sin que este sometimiento se haga tangible, o mucho peor, que haya masas de población que lo solicitan como medida de protección y hasta de normalización de la vida que el mismo capital enferma, mata y depreda.

El dominio psico cibernético sigue siendo el dominio de capitalismo global y de la clase capitalista internacional contra clases y pueblos “subalternos”. El antagonismo que marca la destrucción de la vida sana y el bien común armónico con la naturaleza, se puede resumir como la lucha irreconciliable entre el sistema capitalista patriarcal contra la Vida Toda (la de la naturaleza en general y la del trabajo vivo de hombres y mujeres) como lo reconocen la memoria de los pueblos y sus pensadores críticos.

Para la defensa de la vida nos falta aprender y hacer. Persiste la separación de los movimientos alternos del combate del asalariado.

Esta crisis que alarga la pandemia del COVID-19 arroja la lección que atrás de ella están las múltiples facetas del desastre ecológico mundial capitalista y la vida de la población está en juego a una escala planetaria. El movimiento revolucionario necesita inscribir el problema ecológico en el centro de sus preocupaciones y actos: unatransformación ecosocialista.

Es evidente que resultó imposible prevenir la actual pandemia porque las investigaciones científicas realizadas a partir de pandemias anteriores se abandonaron. La investigación pública se vió restringida por la austeridad presupuestaria, más severa después de la crisis de 2007-2009, que llevó a la supresión del escaso financiamiento público a nivel nacional como internacional.

Igual sucedió con el desmantelamiento de los servicios de salud y la seguridad social, de

los escasos cuidados a ancianos, infantes y el empobrecimiento y manipulación de la educación y las culturas.

Ante esto desde abajo crecen la actividad autónoma y la decisión de algunos sectores del pueblo de recuperar las formas ancestrales y contemporáneas de ayuda mutua, de autocuidado, reciprocidad, así como la creatividad para no aislarse manteniendo la distancia sanitaria.

El capital y sus Estados han priorizado normalizar las cadenas mundiales de la producción, del comercio y de la conexión desinformante y de control de las poblaciones. Los gobiernos sean fascistas, liberales o progresistas, han dispuesto salvar al capital poniéndole un paraguas financiero: garantizar o respaldar préstamos que las empresas contrataron; aplazar los plazos de pago y no subir impuestos y cotizaciones sociales; asumir parcialmente el costo del paro técnico obligado de sus asalariados o dejando que les descuenten de sus salarios; subvencionar a las empresas y a algunos hogares. Esto es desigual de país a país, según la fuerza popular, pero ha tropezado con la austeridad en el gasto social y en la inversión pública. Así pagan, si no la deuda, sí sus intereses que van en aumento. Tal crisis del Estado y el hambre obliga a millones de trabajadores en el mundo a retornar a las empresas mal llamadas “esenciales”. En realidad son los trabajadores los esenciales y recuperan sus ocupaciones bajo el riesgo de contagio. Las protestas tienen en primera línea a quienes trabajan en la salud, y en menor proporción a quienes operan en ramas internacionales como, maquilas y ensambladoras, minería, construcción, comercios y servicios y trabajo agrícola con migrantes.

Las protestas no han logrado unir suficientemente los centros de trabajo con los de vivienda, comunidad y barrio. Necesitamos aprender a resistir en colectivo, a romper el aislamiento social protegiendonos, actuar coordinados obreros, trabajadores de salud y educación, ecologistas, comerciantes, ambulantes, pueblos originarios, jóvenes, mujeres, LBGyT, intelectuales, artistas y defensor@s de derechos humanos, etc., todas luchando contra el racismo, la militarización de la vida y la violencias.

Quienes han levantado la voz en el mundo y desafían el control saliendo a la calle y rompiendo el virtual estado de sitio global, requieren atraer a obreros de maquilas y automotrices, que piden o admiten que se les recluya en casa o en sus trabajos, vaya paradoja... Hay un amplio campo por andar, que implica abandonar estrategias y tácticas gremialistas y localistas para unir fuerzas y poder enfrentar o escapar de la hidra capitalista y su eficaz instrumento de control cibernetico-5G, que provocando miedo, se ha vuelto mucho más eficaz, para la brutal explotación de la fuerza de trabajo.

 

En días recientes han aparecido varias noticias en las que el fuego tiene un papel importante, diciendo mucho de quienes lo provocan y de los sentidos que se desprenden de las escenas incendiarias. Una mirada breve a tales hechos nos permitiría comprender tales hechos desde esta perspectiva, e identificar las posibles causas en el contexto actual.

 

Los recientes hechos en San Mateo del Mar, donde murieron masacrados al menos 15 miembros de la comunidad ikoot a manos de grupos paramilitares, se inscriben en el contexto del despojo territorial que este poblado y muchos más han sufrido con la imposición de megaproyectos como los parques eólicos y ahora el Corredor Interoceánico.

¿Por qué siguen sucediendo estos hechos si hay un nuevo gobierno? Porque los cambios de una democracia burguesa son cosméticos, incrementando los despojos que los acusados gobiernos neoliberales no pudieron hacer en su momento. La apuesta de este régimen es que su “bono democrático” les permita imponer aquellos megaproyecto con los que se comprometieron ante el capital trasnacional y doméstico.

Nada ha cambiado, y las masacres y despojos sistemáticos en todo el territorio nacional evidencian una avanzada que bajo el lema del “progreso” no hacen sino enriquecer a la misma élite empresarial que ayer fue acusada de ser una mafia del poder. Este progreso, acusan los pueblos ancestrales, no es más que una forma de empobrecimiento de sus comunidades mediante el saqueo de sus bienes naturales y el exterminio físico y cultural de estos pueblos. Los documentos de FONATUR evidencian la forma en que se piensa el progreso para estas comunidades: un etnocidio como efecto colateral del “avance tecnológico y cultural” que les llegará con los megaproyectos.

El turismo como pieza clave de esta administración muestra el rostro más vil y oscuro de la misma, exhibiendo un racismo estructural y desprecio por las formas políticas y culturales milenarias que han sobrevivido pese a los cinco siglos de colonialismo interno que se ha venido gestando bajo el Estado Nación.

Todo lo anterior nos exige pensar una nueva relación entre los llamados ciudadanos y los pueblos, y es en la voz de estas comunidades despojadas y agraviadas donde podemos encontrar las coordenadas para una nueva forma de vida pública. Hace casi un año la escritora y lingüista mixe Yásnaya Elena Aguilar, sintetizó la relación de los pueblos indígenas con el Estado, expresando que “Los pueblos indígenas no somos la raíz de México, somos su negación constante”.

Y estas palabras que suenan a herejía nacional tocan una herida que las narrativas oficiales han construido como mitos fundacionales: Conquista, Independencia, Reforma, Revolución y todos los episodios de la historia nacional están levantados sobre el despojo, exterminio cultural o físico y posterior engrandecimiento de los pueblos indígenas y sectores empobrecidos.

Es preciso entonces, decolonizar los mitos fundacionales, para comprender al Estado Nacional como proyecto de colonización interna que da continuidad a la forma externa de colonizaje, el cual se impuso bajo la idea de una supuesta superioridad espiritual y ahora lo hace bajo la velada bondad de un progreso civilizatorio que impone el Estado más que el gobierno.

Los pueblos no son objetos pasivos de la obra caritativa de los gobiernos en turno como se empeñan en hacerlo creer proyectos y programas, sino que son sujetos de su propia historia, con la capacidad para decidir y transformar su futuro, construyendo instrumentos políticos de toma de decisión como las asambleas y los concejos. Tales son algunos de los espacios para el dialogo y la construcción de comunidad, lejos de partidos y oficinas de gobierno que funcionan como operadores del Estado capitalista que “castiga” con el despojo y exterminio cuando los pueblos entorpecen sus intereses.

Oscar Ochoa

Oscar Ochoa

 

Asistimos a la nueva configuración geopolítica del tipo 11 de septiembre. El miedo, nuevamente impulsado desde los cuarteles generales de los Estados nacionales, obliga a modificar los protocolos de seguridad interna y externa; se despliegan los ejércitos mediáticos y médicos para mantener a la población mundial bajo un estado de alerta preventiva, en tanto que desmovilizan y prohíben la reunión de grandes grupos humanos.

La factibilidad de una guerra epidemiológica contra la población mundial cobra sentido mientras los gobiernos llaman a la tranquilidad y la sensatez, al tiempo que el número de infectados y muertos crece en los hospitales, y contienen con menos recursos y más problemas a esta población. ¿Podrían agudizarse los asesinatos de pobres, ancianos y disidentes? Posiblemente. Bajo esta contingencia han continuado los asesinatos y desapariciones de defensores de los derechos humanos y del medio ambiente, así como la represión a quienes defienden el territorio y la vida. Una crisis en derechos humanos jamás imaginada, según una relatora de derechos humanos. Es así como avanzan en tierras del sureste mexicano el mal llamado Tren Maya y el Corredor Transístmico entre Oaxaca y Veracruz y el nuevo aeropuerto de Sta. Lucía, entre otros.

¿Cuáles son las posibles salidas de esta pandemia? La emergencia de Estados fascistas con sutiles estrategias de control poblacional puede ser una de ellas. El miedo provocado por la pandemia, la falta de alimentos y bienes básicos, las revueltas y los saqueos: todo ello es advertido en el imaginario colectivo como nubes negras en el horizonte y, sin embargo, el miedo es dosificado a través de los discursos de funcionarios que detentan “el conocimiento” y señalan que el encierro y el aislamiento es por nuestro bien, que los estragos pronto pasarán y que pronto regresaremos a la “normalidad”. Entre más férreos los medios de control, más sutil su forma de aplicación: he ahí el peligro.

Justamente esa normalidad previa a la pandemia, una normalidad de consumo sin fin, y de explotación y despojo para la mayoría, basadas en la voracidad de un sistema que atenta contra la Naturaleza y el ser humano, es el problema. Los gobiernos vaticinan que pronto se reactivará la economía y que en breve podremos hacer nuestras vidas con toda normalidad, pero los de abajo sabemos que el capitalismo prepara una vuelta de tuerca en lo político, posiblemente con formas de control más férreo, donde el saber médico se articule a miedos, reclusión, tortura y muerte para los que ellos consideran “desechables”, aquellos que no pueden pagar el costo de la hospitalización o quienes se muestren inconformes con un régimen de hiperconectividad con la tecnología 5G (Quinta Generación).

La Naturaleza está respondiendo a la degradación de su entorno, pero algo que nunca pensamos desde los parámetros de una civilización que privilegia la comodidad sobre la ecología, es que el equilibrio que posiblemente esté efectuando el mundo natural sea la desaparición de los grandes asentamientos humanos concentrados en las ciudades, y nuestra única salida sean los pequeños poblados donde una economía en equilibrio y armonía con la Naturaleza permita nuestra continuidad como especie y como planeta.

Ahora vemos que no somos lo que tantas veces nos repetimos desde nuestro antropocentrismo exacerbado por el consumo: la cúspide de la evolución o los hijos consentidos de un dios que convenientemente, lo hemos hechos parecerse a nosotros. No. Somos tan sólo otra especie animal que puede extinguirse como tantas otras y nuestros restos, junto con los de las civilizaciones, se fosilicen en el vientre de la Madre Tierra. Un buen golpe de realidad para ubicarnos en nuestra justa dimensión es el mejor remedio para tanta soberbia inyectada desde los medios y la política actual. Es necesaria una cosmo-política parecida a la de los pueblos ancestrales, que tratan con dignidad al cielo y el mar, la montaña y el río, el bosque y los animales, porque nuestra animalidad es también la base de la humanidad que hemos perdido en los excesos de la vida moderna.