Este periódico se difunde al iniciar junio, cuando el capitalismo mundial se sincroniza abriendo las puertas a la redoblada explotación de una reducida fuerza de trabajo que volverá a ser contratada con inseguridad para su salud y empleo. Días por venir de dudas, tras un confinamiento necesario y obligado no sólo por el COVID-19, sino para amortiguar la desmantelada red de servicios de salud pública en la mayoría de los países.

 

Pero muchas personas, principalmente en los países del Sur y en las zonas empobrecidas del Norte, ya estaban en las calles, porque no es otro lugar donde pueden competir por un ingreso, por comida y medicamentos. También en las calles y plazas para demandar, protestar y hasta levantarse contra la acción de los gobiernos, de cualquier color e ideología, que les mienten, que no resuelven las urgencias o que aprovechan la crisis sanitaria para deshacerse de la población sobrante en la producción y en la vida misma.

 

En México se llama a esto: fase de “nueva normalidad”, el mismo nombre que va y viene en boca de mandatarios, organismos internacionales financieros y de salud, así como en sus medios: “normalizar” de manera “nueva” la vida de la sociedad capitalista. Volver sin tregua a buscar las ganancias que han decaído para porciones de empresas, buscar las vías para que el desempleo, la enfermedad, las malas condiciones de trabajo y los despojos de recursos y de territorios no se conviertan en crisis políticas que pasen de la demanda a más revueltas y posibles insurrecciones.

 

Nueva normalidad” que intentan organizar los Estados Nación cumpliendo su papel como poder del capital, como reproductores del capital y pacificadores del descontento social.

 

Nueva normalidad”, sin embargo, que está colgada de alfileres porque la crisis del COVID-19 tenía raíces en crisis del sistema sanitario y ambental, en crisis económicas en sectores y países subordinados, endeudados y desposeídos por el capital transnacional y financiero, crisis social y cultural cargada de violencia militar y paramilitar, con formas patriarcales, racistas y discriminatorios a mujeres, viejos, jóvenes o de pueblos originarios y con culturas ancestrales.

 

Una crisis profunda que saben que se alargará tomando la forma fatal de una “L depresiva”, de la que no se sale con las fórmulas anti cíclicas de un capitalismo “bondadoso”, pues este no existe ni existirá. Por lo cual se prevé una coordinación de acciones gubernamentales de contención social redistributiva (progresismo o neo desarrollismo) y de actos de directo avasallamiento del voraz (empresarial, usurero, de gobiernos fascistas o de control militarista). Quien decide cómo actuar, no son las élites del poder, aunque lo parezca, lo decide la historia de lucha de clases que en los países se agita, de manera desigual en canto a acumulacipon de fuerzas, pero siempre presente. Atiende al pulso de pueblos que aprenden a no callar su descontento o al menos a exigir el cumplimiento de promesas y de pactos que “democráticamente” los hicieron votar por gobiernos de contención.

 

El fascismo corriente en Estados Unidos, Brasil, Colombia, Honduras predominarsin oposición y anima al crecimiento de las derechas fascistas en todos los continentes. Pero en algunos de esos lugares ya tiene la resistencia organizada de los pueblos como en Chile, Ecuador, Colombia, y ciudades de Europa, Estados Unidos y hasta en China.

 

Por su parte, el progresismo timorato no va contra los empresarios que gozan de bajos impuestos y grandes contratos, ni contra las deudas interna y externa ilegales e impagables. Lo que intenta ese tipo de gobiernos son programas sociales que individualizan y separan a sus beneficiarias, tratando de evitar que se organicen y luchen por lo que es suyo. Aun así, no pueden detener el aumento de protestas por el desempleo, las carencias sanitarias y alimenticias y el despojo de recursos naturales y de comunidades, pueblos y naciones autónomas. Por eso en Argentina, España, Francia y México, el capitalismo neoliberal sigue vivo en las manos de los más grandes capitales, y de gobiernos “progresistas” encadenados a bancos y Tratados internacionales.

 

De manera urgente y autocrítica, nuestros pueblos defienden la vida contra el afán de ganancia; que la vida digna valga mucho más que una despensa a la persona o la promesa de un empleo temporal en un megaproyecto. Que la vida la cuidemos en familia, en comunidad, con ayudas mutuas barriales, ollas populares, tandas de alimentos, grupos de salud y producción comunitaria.

 

Trabajadores que no claudiquen ni en el sector salud, ni en las maquilas y ensambladoras encadenadas al ritmo del imperio, ni en la minería depredadora o la construcción que mata y empobrece. Por igual, trabajadoras de apariencia dispar como las de cuenta propia, o quienes sufren el outsourcing en oficinas, domicilios, transporte y distribución, construiremos el movimiento que rompa con la normalidad que prolonga la miseria y la muerte.