Los recientes hechos en San Mateo del Mar, donde murieron masacrados al menos 15 miembros de la comunidad ikoot a manos de grupos paramilitares, se inscriben en el contexto del despojo territorial que este poblado y muchos más han sufrido con la imposición de megaproyectos como los parques eólicos y ahora el Corredor Interoceánico.

¿Por qué siguen sucediendo estos hechos si hay un nuevo gobierno? Porque los cambios de una democracia burguesa son cosméticos, incrementando los despojos que los acusados gobiernos neoliberales no pudieron hacer en su momento. La apuesta de este régimen es que su “bono democrático” les permita imponer aquellos megaproyecto con los que se comprometieron ante el capital trasnacional y doméstico.

Nada ha cambiado, y las masacres y despojos sistemáticos en todo el territorio nacional evidencian una avanzada que bajo el lema del “progreso” no hacen sino enriquecer a la misma élite empresarial que ayer fue acusada de ser una mafia del poder. Este progreso, acusan los pueblos ancestrales, no es más que una forma de empobrecimiento de sus comunidades mediante el saqueo de sus bienes naturales y el exterminio físico y cultural de estos pueblos. Los documentos de FONATUR evidencian la forma en que se piensa el progreso para estas comunidades: un etnocidio como efecto colateral del “avance tecnológico y cultural” que les llegará con los megaproyectos.

El turismo como pieza clave de esta administración muestra el rostro más vil y oscuro de la misma, exhibiendo un racismo estructural y desprecio por las formas políticas y culturales milenarias que han sobrevivido pese a los cinco siglos de colonialismo interno que se ha venido gestando bajo el Estado Nación.

Todo lo anterior nos exige pensar una nueva relación entre los llamados ciudadanos y los pueblos, y es en la voz de estas comunidades despojadas y agraviadas donde podemos encontrar las coordenadas para una nueva forma de vida pública. Hace casi un año la escritora y lingüista mixe Yásnaya Elena Aguilar, sintetizó la relación de los pueblos indígenas con el Estado, expresando que “Los pueblos indígenas no somos la raíz de México, somos su negación constante”.

Y estas palabras que suenan a herejía nacional tocan una herida que las narrativas oficiales han construido como mitos fundacionales: Conquista, Independencia, Reforma, Revolución y todos los episodios de la historia nacional están levantados sobre el despojo, exterminio cultural o físico y posterior engrandecimiento de los pueblos indígenas y sectores empobrecidos.

Es preciso entonces, decolonizar los mitos fundacionales, para comprender al Estado Nacional como proyecto de colonización interna que da continuidad a la forma externa de colonizaje, el cual se impuso bajo la idea de una supuesta superioridad espiritual y ahora lo hace bajo la velada bondad de un progreso civilizatorio que impone el Estado más que el gobierno.

Los pueblos no son objetos pasivos de la obra caritativa de los gobiernos en turno como se empeñan en hacerlo creer proyectos y programas, sino que son sujetos de su propia historia, con la capacidad para decidir y transformar su futuro, construyendo instrumentos políticos de toma de decisión como las asambleas y los concejos. Tales son algunos de los espacios para el dialogo y la construcción de comunidad, lejos de partidos y oficinas de gobierno que funcionan como operadores del Estado capitalista que “castiga” con el despojo y exterminio cuando los pueblos entorpecen sus intereses.

Oscar Ochoa