El capitalismo catastrófico está mostrando una de sus cara más cruentas: la aparición de epidemias y pandemias como parte de la ruptura capitalista del metabolismo entre la humanidad y el conjunto de la naturaleza, se unen ahora a las crisis de la producción, las finanzas y el comercio de materias primas (el petróleo como mayor prueba), a la extrema desigualdad y a la explotación de una fuerza de trabajo precaria (sin empleo formal, ni seguridad social, sin ingreso y sin los derechos mínimos para subsistir con la dignidad para estar preparados y atendidos ante crisis sanitarias, de hambre o de violencias).

En los medios del poder, este complejo nudo se reduce una caida de la economía que se debe a un virus que deja un cálculo incierto de numerosas muertes y afectaciones a la salud de la población, principalmente para mayores de 70 años, pero también para la población con enfermedades crónicas y padecimientos de la mala alimentación, de la carencia de servicos y de la desnutrición.

Todos los gobiernos de los Estados Nación, los organismos internacionales de salud, alimentación y medio ambiente y las transnacionales farmacéuticas y los centros de investigación epidemiológica, todos sabían de la conjunción de los efectos provenientes del calentamiento global, pero principalmente los ocasionados por el desmantelamiento neoliberal de los sistemas sanitarios en la mayoría de los países. Pero nada hicieron para formar personal médico y sanitario, para dotarse de equipo y material ante una gran epidemia que anunciada de manera frecuente, y nadie obligó a las empresas farmacéuticas para estudiar y producir vacunas para uno de los virus más conocidos en el último siglo: el Coronavirus en sus diferentes mutaciones.

Ha sido el interés inmediato de ganancias de los capitales lo que ha prevalecido sobre el interés general. La mayoría de los Estados nacionales dejaron hace mucho de representar el interés general de sus sociedades, vaya, ni el de su clase dominante “nacional”. Los Estados y sus gobiernos se sometieron a la reproducción mundial de las ganancias y la acumulación de capitales monopólicos y financieros: producir para un consumismo egoísta e insano, saquear con la minería depredadora los territorios y afectar su biodiversidad, meter el dinero al juego de las bolsas de valores, y a los casinos de lavado del dinero donde funcionarios corruptos, narcotraficantes y magnates de cuello blanco trafican con dinero y riquezas sin control. Y, junto con todos esos negocios de circulación tan epidémica, vive el de las empresas dedicadas a re-matar a la población: armas, equipos, entrenamiento, vigilancia extrema, control de multitudes y comunidades y diseño y organización de guerras contra los pueblos.

 

¿La excepción es la regla?

Crece el debate, o más bien la opinión y las dudas, sobre si estamos viviendo en países que aplican estados de excepción, sea con el pretexto de violencias desatadas por el capital o sus secuaces, o por peligros masivos, reales o ficticios, por lo que se levantan muros, zonas especiales rigurosamente vigiladas, sellos fronterizos o de litorales antinmigrantes y sistemas carcelarios con fábricas trabajadas por presxs esclavizadxs.

Con la declaración de emergencias sanitarias, los Estados se encamina con mayor o menor uso de la fuerza a ensayar o establecer, como antes en invasiones, asesinatos y guerras falsamente “antiterroristas o “anti totalitarias” (golpes de estado con sangre o con terciopelo), un conjunto de medidas disciplinarias de sumisión masiva o selectiva, y formas auto disciplinarias individualizadas para separar, segregar y sujetar a quienes se sueñan libres hasta de auto explotarse. Son múltiples y especializados los modos de vigilar, castigar, reprimir y hasta aniquilar las resistencias a sus políticas y proyectos.

Pero los gobiernos -hasta los fascistas tipo Trump, Duque, Piñera o Bolsonaro- niegan que han impuesto el Estado de excepción, pero en los hechos demuestran que no les importa salvar vidas, sino salvar a los grandes capitales, así como a los bloques geopolíticos que cuando decaen desgarran lo que encuentran a su paso.

 

La verdadera excepción del mundo es la vida digna de quienes solidariamente, en colectivos pequeños y grandes defienden la subsistencia, la salud, la atención de lxs viejxs, los valores comunitarios, las mutualidades, el empleo, la alimentación y la defensa contra toda violencia. Se dirá que son escasos tales modos de producir, vivir, gobernarse y armonizar con la anturaleza. Se dirá que son sueños o discursos comunistas, libertarios o utópicos. Pero cando una de esas experiencias triunfa y se comparte a otras comunidades o personas, la esperanza toma cuerpo y camina escapando de la catástrofe del mal vivir o morir a manos de un sistema de muerte capitalista, patriarcal, racista, colonial y depredador.

 

Con pensamiento propio, apoyo mutuo, unidos y organizados sobreviviremos.