Las fuerzas de los trabajadores en el mundo y en México, muestran un grave descenso en su organización unitaria y su movilización y hay sectores que expresan una confusa forma de pensar sus tácticas de lucha o de negociación ante una crisis múltiple económica, sanitaria, social, de violencias, exclusiones y depredación. Pero hay el descontento popular no sólo ante gobernantes, sus estallidos y revueltas en países como Chile, Colombia, Ecuador o Estados Unidos van más allá del esfuerzo por sobrevivir. Mas la posibilidad de las derrotas o del abandono de banderas a cambio de alguna reforma, nos obligan a revisar las opciones que aparecen como como vías para construir una respuesta que acumule y no desagregue.

Los Estados Nación capitalistas, aparecen como si fueran los “únicos” capazces de ofrecer opciones en cada páis a los ojos del tamaño de los problemas y la incertidumbre general sobre su duración.
No hay pensamiento crítico preparado para desbrozar la maleza y muchos fetichizan no solo al Estado sino al gobierno y a quienes lo encabezan como quienes, desde arriba, encontrarán salidas a los principales males de esta crisis: la pérdida de ingresos y capacidad de consumo (con el aumento del hambre, y o el endeudamiento y desposesión de sus bienes básicos); el empleo que les remunere y sea relativamente seguro de ofrecerles servicios de salud, así sean saturados y desmantelados; y las pensiones y jubilaciones como tabla de salvación no solo de adultos mayores, sino de las familias que ahora dependerán del ingreso de esos pensionados, y la creciente violencia patronal, de las autoridades y de los grupos criminales autorizados como fuerza de terror ante quienes protestan o amenazan el proyecto acordado por las cúpulas del poder del dinero y de la política.
Pero si hay algo que la pandemia y las respuestas capitalistas y de sus gobiernos nos dejan claro es que el capitalismo no volverá a ser como antes. Cada nación muestra el fin de la ilusión de la “crisis” como un mero accidente del capitalismo, que una vez superado dejará libre la marcha hacia el progreso y el bienestar. “Ya tocamos fondo”, ya comienza larecuperación, dicen tanto Andrés Manuel López Obrador, como Trump en Estados Unidos, Piñera en Chile, Fernandez en Argentina y hasta Bolsonaro en Brasil. Todos cuantan contagiados y muertos, pero también los millones de dólares que traerá la recuperación económica. Pero nadie, a pesar del negacionismo de Donald Trump, de Bolsonaro y la ultraderécha fanática puede ocultarle a la población la emergencia climática y de un medio ambiente severamente dañado que avanza hacia el colapso.
La geo economía y la geopolítica muestran que las guerras comerciales y de conquista de territorios y de materias primas y tecnologías, son conflictos propios de un sistema en decadencia, con recursos cada vez más escasos, que tienden a militarizarse y amenazan al conjunto de la humanidad rompiendo pactos político militares. En plena pandemia, Estados Unidos sigue agrediendo países y bloqueando económicamente a más de 10 de ellos, y acapara la adquisición de vacunas, medicinas y equipos. La marcha global del capitalismo recompone regiones para sostener la hegemonía disputada por nuevos bloques o propuestas multilaterales.
México: los pactos no detienen los conflictos
En México, los problemas se acumulan y se tratan con remiendos inmediatistas ante el desempleo, la desigualdad, la destrucción de la“seguridad social” y la incapacidad del sistema de salud y educativo de actuar junto a las comunidades y barrios con los servicios necesarios, no solo ante el COVID-19, sino ante las enfermedades crónico degenerativas y las de la pobreza creciente.
La convivencia y las relaciones sociales marcadas por el individualismo, sufren convulsiones y una disputa ante el predominio de la desinformación que aumenta el estrés crónico y el miedo que paraliza. Los que resisten tienen que hacerlo fuera o en resistencia a cada paso que dan los de arriba: denunciando carencias, proponiendo modos de cuidarse, y apoyarse mutuamente. En México estas acciones están dispersas, carecen de movilidad, son satanizadas por los medios y todas las derechas incluidas las que actúan dentro del gobierno elegido por gente con esperanzas.
Aumenta la explotación, la precarización y la inseguridad laboral, ayudadas por el teletrabajo o trabajo a distancia (que aísla a la fuerza de trabajo entre ella). El tiempo de vida bajo el confinamiento pasa con la vuelta al trabajo a vivir el riesgo de rebrotes de contagio y se inserta en un sin fin de tiempo de trabajo-empleo o como tiempo para prepararse y buscar empleo.
En los bancos, aunque crecen las carteras vencidas (y los intereses acumulados para los deudores), se intenta eliminar el dinero físico para aumentar el control de lo que hacemos y consumimos. Igual pasa con la educación y con la propuesta de servicios a distancia que alejan a los estudiantes y docentes, rompen las comunidades educativas, alteran el sentido del aprendizaje directo.
Finalmente, la ingeniería mediática del miedo busca la obediencia admitida de la vigilancia social (con el GPS y los drones), más allá de esta emergencia sanitaria.
Solo nos salva la unidad del Pueblo trabajador, los trabajadores vistos como parte de comunidades de lucha que sean autónomas, solidarias y sin miedo a defender la vida como ya lo hacen algunos pueblos originarios..
Más allá del centro de trabajo, ligados a las casas, las familias como reproductoras de la fuerza de trabajo y de la fuerza anticapitalista, hay un espacio por abordar, un mundo que ganar.
En los barrios depredados y llevados a la enajenación y la violencia por el sistema patriarcal y capitalista, apoyado en los grupos paramilitares, se hace necesaria otra convivencia.:unir al mundo del trabajo con el mundo de la vida.