(En el marco de las Jornadas por la defensa del territorio y la madre tierra Samir somos todas y todos, Febrero de 2020)

 

Hermanas y hermanos:

El pasado 21 y 22 de diciembre, en el Foro en defensa del territorio y la madre tierra, tuvimos oportunidad de denunciar frente a otros pueblos de México, la imposición del megaproyecto del Aeropuerto Internacional de Santa Lucia en nuestros territorios y las graves afectaciones que esto implicaría para quienes hoy vivimos y transitamos en la Cuenca de México, conocida como la Ciudad de México y su zona conurbada.

En sus miradas, escuchas y palabras, encontramos no sólo la solidaridad de quien se indigna ante la injusticia, pues qué otra cosa es el atropello y destrucción de la casa común de lo que han sido estos pueblos para sus originarios, sino que también encontramos la hermandad de dolores, rabias y preocupaciones, ante el despojo de sus territorios, la represión, desaparición, tortura y asesinato de compañerxs, que siendo esposxs, hermanxs, hijxs se les fue arrancada la vida por su labor de guardianes de la vida de sus pueblos y comunidades.

Para nosotrxs fue claro el compromiso, compartir las dimensiones de la problemática que hoy nos toca enfrentar con la imposición de este megaproyecto. Hoy enfrentamos una verdadera crisis civilizatoria en la que se hace preciso tomar una postura, “¿hasta dónde estamos dispuestxs a detener la guerra que hay contra la humanidad?” ¿Hasta dónde si de norte a sur, no hay estado de la república donde no exista resistencia de los pueblos frente a la minería, fracking, gasoductos, termoeléctricas, eólicas, mega-carreteras, corredores, hidroeléctricas, siembra transgénica y de monocultivos, destrucción de bosques y selvas; desaparición, contaminación y privatización de lagos, ríos y manantiales; ocupación violenta de los territorios por militares, paramilitares y grupos del narcotráfico? ¿cuál es la dimensión de la catástrofe y del compromiso qué debe haber frente a ésta, si de acuerdo a investigaciones de organizaciones de la sociedad civil y académicos, en la última década se han contado 879 conflictos socioambientales relacionados con proyectos mineros, de hidrocarburos, eólicos e hidroeléctricos, y han sido asesinadas 108 personas defensoras de tierra y territorio, 82 de las cuales eran indígenas, a las que se suman los nombres de los choles Noé Jiménez Pablo, Santiago Gómez Álvarez, del Me’phaa Julián Cortés Flores integrante de la CRAC-PC, el Tsotsil Ignacio Pérez Girón, lxs nahuas José Lucio Bartolo Faustino, Modesto Verales Sebastián, Bartolo Hilario Morales, Isaías Xanteco Ahuejote, David Domingo Alonso, Marcelino Pedro Rojas, Juana Hernández Ambrosio, Alberta Matías Tendón, integrantes del CIPOG-EZ, todxs ellxs integrantes del CNI y de Horacio Gómez y Raúl Hernández.

Nombrar estas jornadas Samir somos todas y todos, a un año de su asesinato selectivo es enfatizar las circunstancias paradigmáticas en las que sucedió su caso: en el marco de la supuesta consulta sobre el PIM, a días de la traición de AMLO al descalificar la oposición de los pobladores como radicales de izquierda, es señalar al Estado como responsable. Es llamar, a la justicia y la memoria de todos los compañerxs asesinadxs durante este gobierno de supuesta izquierda, porque matar, mentir y robar bajo el discurso de falsas transformaciones, sólo desnuda que los primeros en ser prescindibles, somos los pobres, los pueblos.

Para quienes habitamos en la Cuenca de México ¿qué nos corresponde defender? ¿La sustentabilidad hídrica de la región? ¿La infraestructura hospitalaria y educativa, que aún con ella sigue siendo insuficiente? ¿El patrimonio cultural e histórico de los pueblos? ¿El derecho a la vivienda digna y a un ambiente sano? ¿El derecho a decidir sobre nuestros territorios, según nuestros usos y costumbres? ¿El derecho a seguir existiendo como pueblos, a pesar de la desenfrenada urbanización? En todo caso ¿Por qué un complejo proceso de reorganización territorial en torno el AISL, tendría que estar por encima de todas las anteriores?

Porque no nos engañamos, la romantización de la hiperurbanización es una cosa y la experiencia real de la vida en la periferia, es otra. El crecimiento de la mancha urbana ha significado un proceso de despojo territorial, de agrietamiento de las relaciones vecinales en los pueblos, la desaparición de buenas prácticas de participación y cultura ciudadana que se daban según nuestros usos y costumbres, la desvastación de nuestros cerros y contaminación de aguas, y también el incremento de formas de violencia extrema como los feminicidios, entonces ¿Cuál progreso? ¿Qué desarrollo? Imaginemos compañerxs y organicémonos, por lxs que no estando hoy, dejan en su historia un deber, un compromiso de seguir protegiendo a la Madre Tierra.

¡Samir Vive!

Doce Pueblos Originarios de Tecámac