Adriana Paola Palacios Luna

 

En la actualidad es poco frecuente escuchar, entre el común de las personas, vocablos como proletariado, burguesía y lucha de clases. El triunfo del capitalismo neoliberal, que disfrazó al Estado como una entidad fuera del capital, pero que, en realidad, este se convirtió en una pieza clave para realizar las reformas estructurales legislativas necesarias que permitieron consolidar el proyecto neoliberal. Entre muchas otras cosas, además de los procesos de flexibilización laboral, que ha implicado desmantelar las estructuras que reconocían y garantizaban ciertos derechos previamente ganados por los luchas de las y los trabajadores; que ha favorecido a políticas ambientales deficientes que permiten la destrucción y despojo de territorios, contribuyendo en gran medida a la actual crisis socio–ambiental, que ha incrementado las movilizaciones humanas forzadas, ampliado la brecha entre ricos y empobrecidos, entre otros efectos económicos, políticos, sociales, culturales y ambientales, verdaderamente graves.

Pero además de todos esos efectos tangibles y problemáticos. También ha esparcido una ideología que enmascara múltiples todas esas formas de opresión y violencia que se han profundizado en el marco del capitalismo neoliberal. La lucha de clases, que no es otra cosa sino la contradicción intrínseca en las relaciones sociales entre la fuerza de trabajo y el capital, es decir, la contradicción que salta a la vista donde el 1 por ciento de las personas más ricas del mundo, tienen un crecimiento económico anual de más de 6 por ciento, esto en fortunas multimillonarias, mientras que el resto de la población, el otro 99 por ciento tiene un crecimiento económico por debajo de 3 por ciento en condiciones ya bastante precarias.

Esa inequidad político–económica da origen a la lucha de clases. Sin embargo, las nuevas generaciones no se dan cuenta de la explotación a la que se encuentran subordinadas. Se niega la existencia de las diferencias de clase. La idea de contrato social, de forma extraña, pues no cuentan con evidencia concreta que la sustente, adquiere vigencia y desmantela o debilita la movilización social, la exigencia ciudadana de la responsabilidad institucional es una práctica poco común en México y los países del sur, permitiendo la reproducción permanente de prácticas de corrupción–explotación.

 

¿Cuál es la vigencia de la lucha de clases en la actualidad? Me parece fundamental señalar que la lucha de clases no es únicamente un movimiento para mejorar las condiciones laborales de las y los trabajadores, sino que implica también una amplia mirada a otros movimientos sociales como el movimiento ambientalista, de los pueblos indígenas, de las mujeres, de las personas migrantes, de las personas con discapacidad y capacidades diferentes, de la comunidad LGBTQIA, entre otros, donde la clase es un elementos esencial para comprender todas estas luchas y reconocer la imperante necesidad de articulación de las mismas. Es necesario ir contra corriente, pues históricamente nos han dicho que no hay otra forma de hacer las cosas, pero definitivamente otro mundo es posible y es una responsabilidad colectiva generar las condiciones históricas materiales que nos permitan construirlo.

 

(La Jornada de Oriente, diciembre 19, 2019)