Caen las cosas, dejan de ser, desaparecen

y algo las detiene en su propia sombra,

donde quedan, apagadas, vivas nada más

por el impulso de permanecer sin ser ya nada.

El amor mismo es una cosa

sobre la cual se enciman nuevas cosas

cada vez, un palimpsesto donde los

recuerdos son distintos a lo que recuerdan

y parecen bellos sin haberlo sido

porque la muerte los retoca con la compasión

y los disfraza de encuentros que no fueron

pero deben parecernos puros, para que el presente

nos acoja sin demasiada pena

y no nos arrebate el último pan.

Llegará ese día en que ya no tengamos

el cuerpo disponible y en que todo

lo pasado no sea sino un largo vacío,

montones de palabras dichas de otro modo

y lejanas voces, pensamientos y sombras

indiferentes y extranjeras.

Todo ello vuelto a ser en nuestra nada

vencida, nombres sin cuerpo

con los que intentaremos recubrir

una sorda vida distante y acabada

en la que fuimos nosotros mismos

otra cosa también.