Fernando Buen Abad Domínguez (Fragmento)

Aunque algunos se esmeran en reducir la pandemia de falsedades (Fake News) al solo campo de los expertos en lo “comunicacional”, para que pontifiquen diagnósticos y pronósticos, la dimensión del problema ha escalado latitudes de gravedad inusitada. ¿Están haciéndonos adictos a lo falso? Informarse es un derecho transversal a múltiples derechos y responsabilidades. Incluye a la educación, a la democracia, a la justicia… a la política. La información y su relación con la verdad no pueden ser marionetas del circo mercantil mediático, servil a la manipulación ideológica de algunos gobiernos y empresarios oligarcas. Es inaceptable, sy cada caso de falacias mediáticas constituye una agresión a la realidad, a sus protagonistas y a la historia de los pueblos. Al modo de conocer y al modo de enunciar la realidad .

Nada menos .

En la praxis está la clave. Verdades o mentiras no deben presentarse como “opciones” antojadizas que se ofrecen en el “menú” cotidiano de las conveniencias manipuladoras. Eso es una obscenidad. Aunque la moral burguesa tenga, para sí, un repertorio amplio de justificaciones a la hora de mentirnos. “El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento .

El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica, es un problema puramente escolástico”. Marx .

Los comerciantes de falsedades pasan horas disponiendo qué estrategia del desfalco cognitivo es más funcional a sus intereses sin tener que someter sus Fake a la prueba de los hechos. Eso convierte al “consumidor de falacias en un glotón de embutes disfuncional y sofisticado .

Mientras tanto, la producción de mentiras genera relaciones de producción que, para sostenerse, requiere de extinguir la verdad objetiva .