Al ver la larga fila de camiones militares que transportan los ataúdes en los cuales descansan los restos de las personas fallecidas en Italia a causa del virus, un dolor profundo me invade, una angustia no me deja dormir.

A media cuadra del edificio en donde vivimos, en pleno Manhattan, hay un hospital en donde con regularidad solían escucharse las sirenas de las ambulancias, algunas de noche y otras de día, pero ahora tenemos un aumento considerable en estos sonidos de muerte. Digamos que las imágenes de Italia y sus personas fallecidas, sin poder despedirse físicamente de sus familias, tienen el sonido de las ambulancias que abundan en el aire que respiro.

Respiramos la muerte y no nos damos cuenta.

Pero esa muerte es nuestra también, esa muerte debemos recuperarla para que no vuelva a ser una muerte en soledad, con el consuelo de unas tablets que sostienen doctores y doctoras, para que las miles de víctimas se despidan por video llamada. Tiene que haber un mecanismo que supere las videollamadas de la muerte.

Es terrible normalizar la existencia de estas caravanas de la muerte, que se llevan a nuestros muertos con el fin de proteger a la población no infectada, mientras que algunos periodistas consiguen trajes especiales para ingresar a los hospitales y grabar escenas de personas que no podrán recibir ni siquiera un apretón de manos con guantes de látex de sus familias.

Resistir no es una tarea solitaria

La lingüista ayuujk, Yásnaya Aguilar recientemente hizo un recuento de las pestes en su comunidad, ubicada en partes montañosas de lo que hoy se conoce como Oaxaca, México. Entre lo más lúcido que he leído está la enseñanza principal de su tatarabuelo: “el bien individual no se opone al bien colectivo, el bien individual depende del bien colectivo”.

En momentos de crisis y del distanciamiento social como recomendación, muchas personas se han tomado esto como una oportunidad para desvincularse, para defender su individualismo y mostrarse agresivos hasta en el supermercado. Momentos de xenofobia y racismo fueron frecuentes al comienzo de esta pandemia, se acusaba a la población originaria de China de ser la causante de este mal. Todavía hay quien piensa que es una falsedad y que la crisis no es más que un buen momento para saquear por saquear, sin recordar que las estrategias de sobrevivencia y de lucha se han usado para beneficiar a las colectividades y no al individuo.

Ya lo dijo el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en dos apartados finales de su reciente comunicado frente a la crisis del COVID-19: “Llamamos a no dejar caer la lucha contra la violencia feminicida, a continuar la lucha en defensa del territorio y la Madre Tierra, a mantener la lucha por l@s desaparecid@s, asesinad@s y encarcelad@, y a levantar bien alto la bandera de la lucha por la humanidad. Llamamos a no perder el contacto humano, sino a cambiar temporalmente las formas para sabernos compañeras, compañeros, compañeroas, hermanas, hermanos, hermanoas”.

No perdamos la perspectiva de que es este modelo de desarrollo lo que nos ha traído hasta aquí, a la angustia de las mascarillas y los ventiladores, a la respiración mortuoria y a la paranoia del rechazo.

¿Vendrá del Estado la respuesta?

Hemos sobrevivido, vuelvo a señalar, a la mayor pandemia de la historia: al capitalismo. Tantos pueblos han luchado y han sobrevivido que es nuestra responsabilidad aprender de ellos y persistir sobre la faz de la tierra. Porque además de ser nosotros, una especie de hongo cancerígeno, también somos capaces de cosas que valen la pena. Como, por ejemplo, aprender que es falso que el bien individual se opone al bien colectivo. Yásnaya agrega que “la colectivización del cuidado puede parar la pandemia”.

No todo es tristeza e individualismo al permanecer en nuestras casas, también podemos comenzar a sacudirnos la pesadumbre y el nihilismo y comenzar a construir un camino distinto. Mientras tanto, seguiré con los apuntes en la bitácora de esta pandemia.

 

*Fragmentos de la crónica: Resistir es nuestra responsabilidad, Heriberto Paredes, periodista mexicano independiente vive en Nueva York.