Durante todo el año de 2019, una cadena de manifestaciones se han registrado, teniendo en común con las de otros países latinoamericanos, el rechazo tajante a las medidas económicas ordenadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el imperialismo estadounidense. Pero en Haití los cauces se desbordan porque a diferencia de otros países, este no ha tenido en décadas un periodo intermedio de estabilidad, aunque en muchos países (como Chile) ese periodo de estabilidad resultó ser más farsa que verdad.

La pobreza extrema, la desigualdad, la violencia estructural, la sobre-explotación y el racismo definen la realidad de la nación caribeña, que además, carga sobre su espalda, una permanente campaña de ocultamiento por los grandes medios de comunicación. Haití es la evocación de la necesidad de construir otro mundo.
Ya son siete semanas de protestas por la escasez de combustible y el aumento de su precio, la falta de comida, medicamentos, gas, agua potable y por la devaluación de la moneda, esto agudiza la crisis económica en el país más pobre de Latinoamérica, donde la mayoría de la población sobrevive con dos dólares al día.
El pueblo ha tomado las calles para enfrentar al neoliberalismo, trabajadores y trabajadoras resisten la represión brutal que deja muchos asesinados y encarcelados. Mantienen la fuerza varios sindicatos, el movimiento feminista y diversos partidos políticos que se agregan, la organización de base permite la solidaridad entre los desposeídos, el magisterio y los estudiantes se sumaron al paro general, el pueblo se agrupa en el Foro Patriótico que propone la renuncia del presidente y “un gobierno de transición por un período de tres años para atajar los problemas de hambre, miseria y desempleo que afecta a más del 80% de la población, y la reforma de las instituciones estatales según las necesidades de la población”.
El presidente haitiano, Jovenal Moïse, ha declarado que “no se encuentra aferrado al poder si no a las reformas que pretende implementar”, pero sus reformas son modificaciones constitucionales, modificaciones a la ley aduanera y del sector energético, todo, para seguir beneficiando a las saqueadores y explotadores. Moïse, es acusado de corrupción y se ha exigido su renuncia.
Haití muestra la soberbia y la venganza: la primera colonia liberada de América es hoy el país más lastimado por todas las viejas potencias nostálgicas de su hegemonía. Haití vive una ocupación desde principios del siglo XXI, con el pretexto del envío de “ayuda humanitaria”, una coalición de naciones la tienen asediada, el aval de la ONU a esta condición es otra de sus muchas incongruencias. El pasado 17 de octubre la ONU anunció la continuación de su política intervencionista con el programa BITUH, que sigue al MINUJUSTH que precedió a los Cascos Azules, quienes cometieron múltiples vejaciones contra el pueblo haitiano.
Por ello, los manifestantes se dirigieron al cuartel general de la ONU en Puerto Príncipe, ahí expresaron su repudio al apoyo del Grupo Central al gobierno de Jovenal Moïse. Este grupo lo conforman un representante especial de la Secretaría General de la ONU, los embajadores de Alemania, Brasil, Canadá, Francia, EEUU y los representantes de España, la OEA y la UE. Estos países y organizaciones guardan silencio sobre la real situación en Haití, todos son cómplices de la opresión de larga duración que ha padecido, todos se benefician y extraen grandes riquezas, el neocolonialismo es tan real como la bota imperialista en el mundo. Ya es tiempo de dar luz a la verdad en Haití y extremar las manifestaciones de apoyo, la liberación haitiana es también la emancipación de los pueblos latinoamericanos. La resistencia contra el neoliberalismo ha de conducir a los pueblos a la crítica de todo el sistema capitalista y a la formulación de un proyecto emancipador global, el socialismo tiene que levantar la mano para dar cauce a las demandas sociales, reformularse para concretar el anhelo de un mundo realmente justo, libre y humano.

Cristóbal León Campos (Extracto)