El desenlace fue un triunfo del movimiento indígena, empezando porque sentaron al Presidente de la República en una mesa común para establecer un diálogo público. No solo se derogó el Decreto 883, el detonante de las protestas, sino que se entró a discutir alternativas para salir de la crisis económica sin golpear más a los sectores populares.

La marcha de miles de mujeres encabezada por Blanca Chancoso, un referente histórico de los pueblos y nacionalidades indígenas, que invadió el centro financiero de la capital para visibilizar lo que los medios empresariales querían minimizar, evidencia las diversas solidaridades y desmonta el imaginario de marginalidad que las élites quieren implantarle al movimiento indígena. Se vuelve a colocar sobre el tapete la agenda pendiente de la plurinacionalidad.

La solidaridad de los quiteños con los indígenas movilizados desbordó las expectativas. En varias universidades se alojó, protegió y alimentó a miles de mujeres, niños y hombres que durante doce días resistieron a la represión en las calles. Fueron jóvenes estudiantes con un compromiso no solo humanitario, sino político: el reconocimiento de los derechos colectivos de un sector social que no vino a invadirnos, como perversamente lo describían los reaccionarios y racistas de la ciudad, sino a presentarnos una realidad diferente que es parte sustancial de este país.

Si durante doce años el gobierno de Alianza País intentó reducir el sujeto colectivo a la individualidad ciudadana, el paro nacional liderado por los indígenas nos restaura el valor de la comunidad: el parque del Arbolito con sus cocinas comunitarias, las universidades convertidas en zonas de paz y acogida, el sostén de las mujeres y el cuidado compartido.

Los días de movilización dejan enseñanza: aquellos jóvenes urbanos que durante una década vivieron adormecidos por el consumismo, experimentaron en carne propia las lógicas de dominación del sistema: represión, brutalidad policial, irrespeto a la diferencia. Descubrieron que más allá de los muros de las urbes hay un mundo que desafía la ofensiva depredadora del capitalismo, que cuida el agua, la naturaleza y la biodiversidad, que se opone a la ofensiva minera y petrolera.
La visión paternalista de las clases medias urbanas cambiará. No se trata de caridad, sino de justicia. La deuda de más de 500 años no puede soslayarse con una respuesta administrativa y asistencial desde el Estado. Las demandas de los pueblos y nacionalidades indígenas cuestionan un modelo de Estado que los excluye; no quieren programas y obras, sino una reestructuración de las formas de poder. El movimiento indígena se fortalece, no solo por su cohesión y capacidad organizativa sino por lograr gran solidaridad en otros sectores del país. El lunes 14 de octubre, finalizado el paro, pobladores del sur de Quito, una zona pobre de la ciudad, despidieron a los indígenas con aplausos. A días del paro los impactos son evidentes: el precio del transporte volvió a sus cifras anteriores, al igual que el precio de los alimentos básicos. Las diferencias medidas en centavos son cruciales para la economía familiar campesina y popular urbana.
***  Desde las calles de Quito  En el parque del Arbolito había unos diez médicos y entre 40 y 50 estudiantes voluntarios brindando atención a los heridos. Había brigadas en las universidades Católica, Salesiana y Central. La Universidad Central abrió las puertas quizá más por la presión social, luego de que las otras universidades se convirtieron en lugares de acogida. Las autoridades negaron el pedido de estudiantes de abrir la facultad de Medicina, que habría sido estratégica para guardar los insumos y atender pacientes menos graves.
En el centro de la ciudad se instalaron puntos móviles: en San Blas, en el colegio Mejía, cerca del Palacio de Gobierno, en la Basílica; grupos de ocho personas en las calles atendían a quienes no podían llegar a los albergues.
En el parque del Arbolito se dieron al menos cien atenciones diarias. Se atendió asfixiados, heridos por perdigones o bombazos, esguinces, fracturas, contusiones y quemaduras. Hubo heridos que necesitaron suturas y curaciones. Hubo heridos graves: unos con paro cardio- respiratorio que requirieron reanimación cardio- pulmonar; otros, con traumatismo craneano grave, fracturas expuestas, amputaciones traumáticas por explosiones y golpes, tuvieron que ser trasladados de urgencia a un hospital. Todo en medio del gas y la movilización, en camillas hechas con mantas o colchones, en camionetas de voluntarios porque la Cruz Roja decidió no prestar más sus ambulancias. En las calles encontramos heridos por perdigones o por golpes. Varios requirieron ser suturados en la vereda o en los zaguanes. Recibimos solidaridad inenarrable de parte de la gente, que nos ofrecía agua y alimentos. En el parque del Arbolito estuvimos estudiantes voluntarios de todas las universidades de pre y posgrado y de varias carreras; médicos del sector público y privado; y socorristas de la Cruz Roja que se sacaron el uniforme porque temían ser reconocidos por su institución, que no respaldó su presencia.


* Por J. Cuvi, E. Arteaga, J. Cueva y X. Maldonado. Fragmento de: EL AGOTAMIENTO DE UN MODELO DE CONTROL SOCIAL