Querido amigo,

Aquí en Chile el Estado ha hecho una entrada triunfal como administrador de la crisis.

Después de la modernización neoliberal que, en nombre de la libertad del mercado, redujo sus funciones al mínimo (solo conservando las represivas), son los propios capitalistas los que ahora reclamen su intervención. Los funcionarios actúan según su condicionamiento: tienen que echar a andar la máquina económica antes de que se oxide y se transforme en un pedazo de chatarra.

Las maniobras del Estado operan como dispositivo de disciplinamiento. Su llamado a la nueva normalidad avanza al paso de la militarización, el confinamiento, la tecno-vigilancia, la digitalización de la supervivencia capitalista (en el ámbito del trabajo y la vida privada, privada) y grandes dosis de endeuda-miento (del Estado-nación y el sujeto económico).

Estas son algunas medidas que se han vuelto indispensables para sostener de la relación capital-trabajo. Pero esta agudización de la tendencia represiva es también la contracara de la retirada del capital en crisis: las relaciones monetarizadas (la rutina del trabajo y el consumo) se han visto detenidas a nivel global. Este shock de la socialización capitalista permitiendo la refinación del discernimiento colectivo.

El pueblo nuevamente encuentra razones, hoy “de salud pública”, para poner finalmente su vida por encima de cualquier migaja política o económica compensatoria. La mejora de las camas del presidio hace mucho dejó de interesarnos.

Las manifestaciones de autonomía en este territorio continúan. Por ejemplo, ante la total ineficiencia del gobierno para contener la propagación de los contagios, algunos territorios erigen sus “cordones sanitarios” para evitar la entrada de posibles turistas infectados, pero también de policías.

Las actividades de “primera línea” han pasado de la lucha contra las fuerzas del orden en las calles a la batalla en el transporte público: actualmente, puedes encontrarte en el metro o en el autobús personas que se dedican, por iniciativa propia, a la desinfección de la infraestructura de transporte a la que lxs trabajadores más precarios tienen que someterse cotidianamente. Junto a esto, se multiplica la organización territorial de emergencia de la alimentación mediante la auto-gestión de centros de acopio de alimentos e insumos básicos y “ollas comunes”.

A medida que se afloja la camisa de fuerza, se han abierto brechas que horadan la eterna repetición destructiva de la normalidad. Por supuesto que esta retirada causa dolor en una sociedad que es dependiente de estos mecanismos de socialización (se constituye a través de ellos), pero la posibilidad que tenemos aquí y ahora es la que nos mostró la insurrección: no los necesitamos para organizar, a nivel local y global, todos los aspectos de nuestras vidas. La educación, la salud, el trabajo, el afecto, etc. seguirán siendo instrumentos de nuestra dominación y empobrecimiento, así como de la destrucción planetaria. Necesitamos otra forma de percibirnos a nosotrxs mismxs. Sabemos que nuestro mundo no está dentro del marco de referencia del patriarcado productor de mercancías y que la vida está más allá de toda teoría.

La comuna sigue viva, pero está tomando nuevos contornos.

Solicite el Reporte completo de varios meses de Insurreción, gratuitamente en pdf de 330 páginas a This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it. con el requisito de que publique este artículo con el link http://clajadep. lahaine.org