x Boro/ La Haine*

 

En la situación actual de pandemia global y Estado de alarma muchos nos preguntamos si estamos viviendo el principio del colapso del sistema económico como consecuencia de todos estos hechos. Sobre ese colapso del sistema capitalista y lo que vendrá después ha escrito el anarquista Carlos Taibo en una de sus obras “Colapso. Capitalismo terminal. Transición Ecosocial. Ecofascismo”.

Se habla mucho del origen de este virus, de si ha sido algo fortuito, de origen natural o si por el contrario ha sido introducido con fines geopolíticos ¿Qué opinión tienes tú al respecto?

No tengo datos fehacientes al respecto. Ninguna explicación me sorprende. Pero soy poco propenso a aceptar las tesis de corte conspiratorio. La miseria cotidiana del capitalismo contemporáneo, incluidas sus versiones estadounidense y china, es ilustrativa como para que no precisemos explicaciones especiales. Más allá de ello, creo que muchas tesis conspiratorias atribuyen al sistema que padecemos unas capacidades mayores de las reales, olvidan sus numerosas disfunciones y bien pueden tener, al amparo de llamativas paradojas, un efecto desmovilizador de las resistencias.

Lo primero es que, pese a afirmaciones como la que sugiere que la pandemia toca a todo el mundo por igual, salta a la vista que exhibe una rotunda dimensión de clase. Se ha señalado que sus efectos no son los mismos sobre los ricos, que pueden confinarse en sus mansiones en Marbella, sobre la clase media, acaso beneficiaria principal de esa farsa que es el teletrabajo, y sobre las clases populares, que las más de las veces tienen que seguir acudiendo a trabajar en condiciones infames. Pruebas y tratamientos se dispensan con arreglo a criterios visiblemente clasistas.

Si se preserva el escenario actual, cada vez más tétrico, dominado por el sindicalismo de pacto, el panorama de cara al futuro se antoja muy delicado. No está de más que agregue que, si nuestra situación es mala, aún peor lo es la de muchos de los habitantes de los países del Sur.

La indignación que se hace valer en estas horas ante las consecuencias, dramáticas, del deterioro de los sistemas sanitarios, ante la ineptitud de los responsables políticos y ante su subordinación a los intereses empresariales debería provocar una tensión fuerte, fortísima... Queda por determinar, si no asistiremos a la manifestación de un ejemplo más de memoria flaca y olvido rápido. Y si el flujo principal en los estamentos de poder en todo el planeta lo es en provecho de un proyecto ecofascista, está claro qué ocurrirá con la sanidad… A mi entender no es suficiente con defender los servicios públicos: esa defensa tiene que reclamar su autogestión y su socialización plenas.

¿El sistema aprovechará esta crisis para tratar de paralizar los movimientos disidentes y fomentar el individualismo frente a lo colectivo?

Entiendo que, lo que sucede (por ejemplo) en el Estado español es un experimento decisivo para calibrar qué es lo que pueden hacer con nosotras. Tanto en el despliegue de un proyecto aberrantemente estatalista, jerárquico, autoritario y militarizado como en la servidumbre voluntaria a la que se ha entregado buena parte de la población. Es verdad, con todo, que proliferan las iniciativas de apoyo mutuo que anuncian la irrupción de nuevos movimientos de resistencia empeñados en colocar lo colectivo en el núcleo de su acción y de sus preocupaciones. Qué interesante es recuperar el término ‘apoyo mutuo’. No descarto que el aparato represivo que padecemos aproveche la tesitura para deshacerse de realidades incómodas.

Es inevitable vincular el experimento mencionado con el horizonte del ecofascismo. No se olvide que en una de sus dimensiones principales este último bebe de la idea de que en el planeta sobra gente, de tal manera que se trataría, en la versión más suave, de marginar a quienes sobran –esto ya lo hacen- y en la más dura, de exterminarlos. Ya sé que es excesivo vincular lo que ocurre en estas horas con el despliegue ostentoso de un proyecto ecofascista. Pero no lo es, la sugerencia de que eso prepara el terreno y acrecienta los conocimientos al servicio de un proyecto de esa naturaleza.

La retórica de la guerra, y de los soldados, ha reaparecido con toda su fuerza, supuestamente al servicio de un proyecto humanitario, ya no externo, sino interno. Vuelvo a lo del ecofascismo. Un horizonte de esa naturaleza reclama, herramientas militares. Y exige ratificar la preeminencia de los países ricos sobre los desheredados de siempre. Habrá que estar muy atentas para identificar lo que, en este terreno, será un legado mayor del fortalecimiento represivo de la institución Estado al que asistimos en estas horas. Con Estados Unidos, como siempre, en cabeza.

Desde un punto de vista ecologista, ¿podemos aprender algo de esta situación?

Es cierto que asistims a una significativa reducción de la contaminación en el planeta, a un retroceso en el consumo de combustibles fósiles y a un freno salvaje de la turistificación. Hay que preguntarse si alguno de esos procesos, afortunados, ha venido para quedarse o si acabarán por retroceder. Actualmente, no obedecen a la lógica de lo que llamamos decrecimiento ni se ven acompañados de un proyecto social que apueste por la desjerarquización, la desurbanización, la destecnologización, la despatriarcalización, la descolonización, la descomplejización y la desmercantilización de mentes y sociedades. Otra cosa es que nos puedan servir como herramientas para subrayar las miserias del orden heredado y la imposibilidad de sostenerlo.

¿Qué alternativas tenemos la clase obrera y los movimientos populares anticapitalistas?

Las de siempre. Por un lado, colocar en el núcleo la discusión sobre el capital, el trabajo asalariado, la mercancía, la plusvalía, la alienación, la explotación, el expolio de los países del Sur, la sociedad patriarcal, las guerras imperiales, la crisis ecológica y el colapso. Por el otro, perfilar movimientos anticapitalistas que, lejos de la lógica de los Estados, coloquen la autogestión y el apoyo mutuo en el núcleo de su acción. Y sumar al acervo de esos movimientos muchos de los elementos propios de las sociedades precapitalistas. Ya sé que fácil no es.

Me parece urgente distinguir la solidaridad desnuda y espontánea que se ejerce desde abajo y la que, antes aparente que real, se despliega conforme a intereses ajenos y fórmulas autoritarias. Y hay que estar, claro, con los viejitos y las viejitas. *(Extracto de la entrevista)