Oh niños que

viven en su ropita, canten.

Juan Gelman: La situación

La infancia y la adolescencia no es el futuro, es un aquí y ahora de la crítica situación mundial y nacional.

Una gran parte de las niñas y los niños es sometida al negocio capitalista del crimen: la trata de personas, que los incluye como mercancía sexual, que les viola, les asesina o arrebata órganos para su mercadeo, se les somete a la explotación (asalariada o hasta sin pago), les recluta para ser halcones, mulas, mensajeros o sicarios en las bandas criminales, les doblegan a las formas más infames del consumismo y la enajenación y, en muchas familias, son objeto de la violencia patriarcal ejercida por sus padres o por sus madres.

Si son niños y niñas migrantes de México o de los que transitanhacia los países del norte, son sujetos atanto alas redesde abuso y mafia, como reprimidos, enjaulados y rechazados por laguardia nacional y los policías como ha sucedidosde manera masiva en los últimos años.

Lo peor es que no se les reconoce que son seres enteros, personas completas, cual lo hacían y mantienen esa conductaalgunos pueblos ancestrales. Los profesores son entrenados para verlos como a-lumnos (sin luz, sin saberes), son masas a disciplinar en las escuelas o a maniatar con los fetiches del espectáculo, los juegos de guerra y las redes sociales más jodedoras.

Los círculos de protección institucional en su mayoría los tratan como tontos, débiles y sin capacidades, ni autocontrol, muchos son arrebatados a sus padres y madres.

Claro que no se trata así a toda la infancia y a la adolescencia, sin ser “perfectas, muchas chavas y chavos, chiquitos o medianos aprenden en sus casas, en el trabajo o en la calles a valerse por ellos mismos, aprenden a dudar, a curiosear, a crear y… aunque no le guste al sistema: a defenderse.

Escandalizar no los protege

Recientemente en México, 19 niños y adolescentes entre 6 y 16 años fueron convertidos en protagonistas de un escándalo que nubla la raíz de los problemas a los que se somete a las comunidades por la violencia.

Tras una más de las masacres que sufre el pueblo, y otra vez en la Montaña guerrerense, en el municipio de Chilapa, cuando 10 músicos fueron asesinados y 5 de ellos incinerados por uno de los cárteles más conocidos e impunes en Guerrero, Los Ardillos, sus comunidades y la organización que ahí ejercen la protección y la impartición de justicia, la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias-Pueblos Fundadores, CRAC-PF, decidió dar a conocer que esos 19 muchachos han sido entrenados para incorporarse como policías comunitarios en la defensa de su territorio y de la vida. Varios de ellos son huérfanos o familiares de los músicos asesinados y de tantos más ejecutados en esa región.

Además, la CRAC-PF dio los nombres y las señas de quiénes son y donde se mueven Los Ardillos y cómo extorsionan y violentan la vida en la región.

Pero la respuesta de todos los niveles de gobierno, de los partidos del sistema, los medios mercantiles y hasta las dizque organizaciones defensoras de derechos humanos, prefirieron voltear la mirada contra la participación armada y uniformada de los niños (con ropita sencilla, rifles y escopetas de mínimo poder). Nada efectivo hacen contra los asesinos y los poderes partidistas y empresariales que en Guerrero como en todo el país protegen sus negocios con paramilitares y aplican terror y contrainsurgencia contra los opositores.

El colmo de la desvergüenza

Desde la presidencia se declara sin recato: «Cuando veo esas cosas, es una especie de reto de fantochería, cómo actúan, se pavonean. Pero, también eso de formar a niños con armas y tomar video es un acto prepotente, no tiene nada que ver con la bondad, ni siquiera con el poder, porque el poder es la humildad. Esas actitudes y desplantes de prepotencia no sirven, no significan nada, hacen ruido. Vergüenza les debería de dar hacer eso, no se les va a aplaudir por eso». (Sesión “mañanera” del 31 de enero de 2019)

Mientras, se envía a la Guardia Nacional, al secretario de seguridad y al gobernador del estado a frenar la protesta comunitaria que bloqueó varios días los caminos anexos a sus comunidades (que son paso para el trasiego de droga y armas), se les intenta desarmar, y les ofrecen limosnas de despensa, la (lenta) entrega de los cuerpos de los masacrados y la promesa de poner resguardos contra los paramilitares. Pero estos siguen campantes en la zona y en sus retenes.

El canto de los muchachos

Muy pocos han intentado escuchar la palabra de los muchachos que forman parte de la mínima, pero legítima defensa de sus vidas y sus comunidades. Escuchemos lo que uno dice en la transcripción indirecta que publicó Tlachinollan:

Desde que se dio la balacera hace un año en el pueblo, cuando vinieron a querernos matar la gente de Los Ardillos, los señores dijeron que teníamos que organizarnos para defendernos. Ya no solo estaba el peligro cuando íbamos a Hueycatenango, sino en los caminos y en los cerros que están aquí cerquita. Por eso ya no pude estudiar la secundaria. Ahora tengo que ayudar a los señores más grandes en la vigilancia.” (…)

Yo no sé si eso también les pasa a los demás niños, porque aquí es como si fuera una guerra, donde cualquiera puede morir, así le pasó a mi primo y a los demás músicos. Quisiera irme lejos a trabajar, como hacen algunos paisanos en Estados Unidos, pero no tenemos dinero ni para llegar a México. Me tengo que aguantar, aquí con mis hermanitos y nos tenemos que cuidar y defender, porque en la Montaña nadie ve por nosotros.

Diario nos llegan amenazas de que Los Ardillos van a entrar a nuestro pueblo, por eso no podemos vivir tranquilos. Más bien tenemos que estar preparados para protegernos, para correr o para defendernos. Por eso, no solo la gente grande, sino también los muchachos y los niños tenemos que estar cuidando nuestro pueblo, porque ya vimos que el gobierno no nos protege. Aunque el ejército está en uno de los cruceros cerca de Hueycatenango, los que andan armados suben y bajan con sus camionetas y no les hacen nada”. (“Como si fuera una guerra”, 27 enero, 2020 Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan).

Niños y adolescentes de los pueblos saben que vergüenza es masacrar, despojar de su comida y sus tierras y explotar a las comunidades, y se van dando cuenta que los criminales desvergonzados están impunes y muchos hasta gobiernan.