NOTA.- Esta reseña corresponde a los inicios de la etapa organizativa de la lucha obrera en la transnacional SABRITAS, en la década de los años 80s (está extraída de un escrito más extenso, que lleva por nombre AYER, HOY Y SIEMPRE, LA UNION DA LA FUERZA Y LA LUCHA LA VICTORIA). Narra una etapa en la que después de fuertes represiones que sufrieron diversas luchas obreras como SPICER, ENVASES DE HOJA DE LATA, ACERMEX Y CARABELA, ISABEL, HARPER WYMAN, TRAILMOBILE, MABE, MINEROS DE SICARTSA, REAL DEL MONTE, DINA, y un larguísimo etcétera, muchos obreros provenientes de esas luchas fueron a dar a otras fábricas, y en ellas iban a imprimir el sello de su conciencia y experiencia vivida. Las condiciones de trabajo que aquí se narran, en esencia no han cambiado nada. De hecho en algunos lugares tienen rasgos aún más descarnados, en otros han sido maquillados pero en esencia el sistema de explotación capitalista, aunque chorrea putrefacción por todos sus poros, mantiene aún un fuerte control sobre la clase obrera. Las actuales generaciones de trabajadores necesitamos conocer a fondo las luchas pasadas, para asegurar el mejor desenlace de nuestras luchas presentes. SEVERIANO.

Para llegar a este trabajo tengo que andar siempre corriendo. En mi puesto de trabajo debo estar listo para trabajar antes de que termine el turno anterior pues, sin parar la producción, debo relevar al compañero que va de salida. Para lograr esto debo llegar a la fábrica unos 30 minutos antes del inicio de turno, porque para cambiarme, los vestidores son verdaderos gallineros donde los obreros nos estorbamos unos con otros. Después hay que pasar rapidito a mear, porque después ni para eso hay chance. Enseguida hay que checar tarjeta, porque para que te renueven el contrato hasta los retardos cuentan.

Los productos se componen de 2 partes. Una la pone la máquina y la otra la pongo yo. Debo treparme hasta mero arriba de la máquina y estar observando sus movimientos. Cuando la maquina escupe un producto enseguida yo debo colocarle la parte que me corresponde. La velocidad solo de pensarla me indigna: 60 piezas por minuto.

La vista siempre fija en la máquina, las manos siempre ocupadas, un producto tras otro. Pasa una hora y otra y otra más y seguimos con la misma operación. ¡Somos autómatas! ¿Qué rasgo humano nos queda?, somos prácticamente parte de la máquina, unidos a cada uno de sus movimientos por una cadena invisible que a cada minuto que pasa se hace más pesada.

Los primeros días, el trabajo me parecía monótono y difícil: llevar el ritmo de la máquina, no distraerme, mis manos eran torpes y se me caían las cosas, sin duda era mi organismo que se resistía a automatizarse. Sentía deseos de gritar ¡soy hombre no maquina! o me daban ganas de separarme de la máquina y salir de la fábrica. Veía a otros compañeros cómo se acoplaban rápidamente a este tipo de trabajo y hasta decían “está bien tranquilo”, pero yo no dejaba de pensar en lo automatizado, esclavizante y embrutecedor que era, me hacía sentirme inútil y deshumanizado.

Continuamente un operario checa la producción, si está bien te dice “okey”, pero si algunos productos van mal, te dice en tono represivo “estás fallando cuate”, otros te reportan con el supervisor para que no los culpen a ellos de la producción defectuosa. También hay operarios más comprensivos que nos enseñan, nos ayudan, nos ofrecen agua, etc.

En ocasiones, la máquina se descompone ¡qué bueno! -dice uno- así descanso un poco. En ocasiones el mismo operario la corrige y en unos cuantos minutos ya estamos en chinga otra vez. Cuando tarda más la reparación el capataz nos manda a realizar otros trabajos: “lava aquí”, “barre allá”, en fin. No podemos protestar porque vendría el despido al término del contrato de 30 días que firmaste junto con la renuncia. Cuando alguien se resiste lo llevan con los delegados que lo reprenden diciendo “te alquilaste para trabajar”, “apenas entraste y tienes que hacer méritos”. Así que tenemos que tragarnos nuestro coraje y obedecer.

En la primera oportunidad cambié mi puesto de autómata por otro, que aunque requería de mayor esfuerzo físico, yo lo prefería. En ese nuevo puesto inicio mi vinculación con los obreros de planta, llegando a relacionarme con algunos trabajadores que venían de luchas muy importantes como es el caso de SPICER Y ENVASES DE HOJA DE LATA (EHLSA).

Tenía escasos 5 meses de haber entrado en esta fábrica. Ahora era ayudante de un maquinista. El controlaba la maquina: velocidades, temperaturas, etc., yo le suministro la materia prima, la cual nunca debe faltar o se elevaría mucho la temperatura y provocaría un desorden, entonces estoy siempre ocupado. Cuando no es alimentando la materia prima, debo acarrear cajas de la misma y tenerlas cerca de la máquina para que no me falten. Mi radio de movimientos es como de 10 metros, siento que respiro mejor que cuando estaba de autómata.

El operador de la maquina es un hombre muy callado, pareciera siempre enojado. No habla más que para las cuestiones del trabajo. “A las 11: 30 voy a comer, no le muevas nada a la máquina porque si se te hace un desmadre yo no respondo. Tú te vas a las 12”. “Cuando necesites ir al baño me avisas y antes llenas aquí de materia prima porque yo no la voy a estar trayendo.” 20 minutos antes de terminar el turno yo tenía que barrer y lavar el área de trabajo y Don Samuel –que así se llamaba el maquinista- tenía que lavar y drenar su máquina para entregarla trabajando al turno siguiente.

Un sábado por la mañana se le acercó el supervisor y le dio algunas órdenes, cuando se alejó, Don Samuel empezó a echar madres. “Capataces de mierda, de qué les sirve su carrera de ingenieros si están aquí mandando obreros”. “Quiere que venga el domingo por la noche a preparar el arranque y que me siga a mi turno, son más de 20 horas de chinga, no le respondí nada pero me dan ganas de mandarlo a la chingada.” “Así es como los malditos patrones explotan a los obreros, ellos se hacen millonarios y nosotros nos vamos a la tumba”. Las ocho horas de turno no le calentaba ni el sol, fue entonces cuando aproveché para hacerle varias preguntas. ¿Y el sindicato, no mete las manos por ustedes? “Son patronales, solo sirven a la empresa”-respondió- ¿y por qué no se organizan? , “todos tienen miedo porque de inmediato te echan a la calle.” “Yo no puedo hacer nada ya estoy fichado y me tienen condicionado porque estuve en la huelga de SPICER.”

Aun sin conocer a don Samuel, desde ese momento en que me dijo que había estado en la huelga de SPICER sentí un gran respeto y admiración por él. La lucha de Spicer fue una gran lucha no solo por lo heroica y por la gran experiencia que dejó para la clase obrera, sino porque cambió radicalmente la vida de todos los participantes y porque a pesar de haber sido derrotada, difícilmente encontraríamos algún obrero que renegara de haber sido parte de esa lucha.

Fue a partir de ese momento en que le propuse hablar fuera de la fábrica para que me hablara de su experiencia en esa huelga. Yo me sentía emocionado de conocer a alguien que había vivido esa lucha directamente.

Don Samuel hablaba muy emocionado por momentos y, de pronto, lo invadía la tristeza y melancolía. “A mí me gusta la lucha, y la de Spicer fue una lucha bien chingona, lo malo que el gobierno y los patrones nos ficharon a todos, muchos ya no encontraron trabajo y mejor se fueron a sus pueblos, yo tardé más de dos años en encontrar trabajo, y no se lo deseo a nadie porque está de la chingada.”

A mí me gusta el socialismo porque en el socialismo todos son iguales- me dijo-, lo que no me gusta del socialismo es que ahí no hay religión, porque yo sí creo en la biblia”.

Me gustan los libros de los testigos de Jehová. Yo pertenecía a esa religión pero cuando empecé a ir a las reuniones, me dijeron que esos eran comunistas, que me alejara de ellos, que los delatara a la empresa o de lo contrario me expulsarían de la religión, y como no me hice delator, me expulsaron. Ya nadie me hablaba ni me visitaba, me sentía muy mal. Y cuando ya estábamos en huelga me gritaban “comunista”.

Leímos el folleto “Sobre las Huelgas” de V.I. Lenin y me dijo: “...necesitamos una huelga como la de Spicer, este folleto me ha recordado todo lo que hicimos: los paros, las marchas, los choques con la montada, y cuando nos agarramos con los motociclistas, nos aventaban las motos y nosotros les tirábamos “miguelitos” (clavos retorcidos) y se ponchaban sus llantas o se derrapaban. Y cuando marchábamos gritando consignas en la Junta de Conciliación, todo el edificio se cimbraba, estaba chingón.” (Continuará)