Jesús Gutiérrez Lugo -68- ESIME-IPN

 

El 23 de septiembre, en pleno auge del movirgente para apoyarlos ante esta agresión militar. Cuando llegamos a las orillas del Casco de Santo Tomás en la noche alrmiento estudiantil, los granaderos y la policía montada intentaron tomar las escuelas del Casco de Santo Tomás, en específico la Escuela de Medicina y la de Biología. En la noche de ese día nos llamaron los compañeros del IPN del Casco de manera uededor de las 9 se veían las ráfagas de los fusiles de los granaderos y de la policía por lo que ya no pudimos apoyar a los compañeros. Hubo compañeros muertos del enfrentamiento y los que estaban heridos y salían del cerco no aceptaban ser llevados por la Cruz Roja porque esto implicaba que quedaban inmediatamente detenidos por la policía.

Recuerdo cuando llegué a mi casa muy desesperado mi padre comentó que también un 23 de septiembre -pero de 1940- fueron reprimidos trabajadores del área de materiales de guerra de la Aviación, sección en donde trabajaba mi padre, y también hubo muertos.

Empezaron a cambiar hasta nuestros gustos musicales, empezamos a escuchar música de protesta como de Judith Reyes o de Oscar Chávez.

Para el 2 de octubre se propuso una marcha desde Tlatelolco hasta el Casco de Santo Tomás, pero en último momento se decidió que fuera únicamente mitin por la gran movilización militar y policiaca que había en la periferia de Tlatelolco.

Era un día soleado, a las 3 de la tarde me dirigí a Tlatelolco para participar en el mitin, se iba a tratar de las alternativas para continuar el movimiento ya que estaba reciente la toma del Casco de Sto. Tomás y no queríamos que hubiera más compañeros presos, desaparecidos o muertos. Estábamos en una disyuntiva sobre qué camino tomar.

La organización de las Olimpiadas estaba a todo vapor por lo que el gobierno trataba de acallar el movimiento ante la visita de personas de cientos de naciones que podrían ser testigos de lo que sucedía en el país.

El mitin empezó a las 4 de la tarde y los oradores se subieron al 3er piso del Edificio Chihuahua, pues ahí podían dirigirse a todos los que concurrimos.

Me encontré entonces al compañero Marco Antonio Santillán quien me propuso que nos subiéramos al 3er piso del Edificio para escuchar mejor a los oradores del Consejo Nacional de Huelga, accedí y ya arriba en los corredores del Edificio Chihuahua al iniciarse el mitin, notamos que un helicóptero sobrevolaba la explanada, cuando pasó por la parte trasera de la iglesia y a un lado del edificio soltó una bengala verde, lo que nos llamó la atención y pensamos que era una señal de algo o para alguien. A lo lejos aprecié que venía una columna de soldados caminando hacia la explanada con sus fusiles y a bayoneta calada, me quedé muy impactado. Volteamos y vimos a jóvenes con un corte de pelo tipo militar que tenían un guante blanco en la mano izquierda y una pistola en la mano derecha quienes empezaron a disparar hacia la multitud de la explanada. Los oradores pensaron que eran balas de salva y trataron de calmar a la multitud, pero en corto tiempo se dieron cuenta que no era así, y ya los soldados en la parte de abajo también disparaban a los participantes del mitin.

Los del guante blanco nos encañonaron a los que estábamos en el Edificio Chihuahua y al ver la balacera también se quisieron proteger llevándonos a los pisos superiores y nos preguntaban si éramos del Consejo Nacional de Huelga o si conocíamos a la gente del Consejo, para lo cual traían una carpeta con las fotos de los dirigentes, yo lo negué e incluso comenté que ni siquiera era estudiante, pero Santillán empezó a reconocer a los dirigentes que estaban en las fotografías, y eso le costó que los del guante blanco lo separaran comentando que era de los “especiales”.

Para ese momento la balacera se había extendido a tal punto que tocábamos puertas de los departamentos junto con los del guante blanco para protegernos, pues los balazos del ejército se dirigían al Edificio Chihuahua en forma muy intensa, y ellos sentían que podían ser alcanzados por las balas. Finalmente en un departamento nos abrieron y enseguida todos nos tiramos debajo de los muebles, las ventanas estaban rotas de los balazos y sentíamos las esquirlas de los balazos cerca de nosotros. Estuvimos debajo de los muebles hasta las 11 ú 11:30 de la noche, aún se seguían oyendo disparos esporádicos en la plaza que por momentos se volvían intensos. Después estos militares nos llevaron a la parta baja del Edificio por atrás de la plaza y ya abajo nos tomaron fotografías a cada uno, camino hacia los camiones que estaban en la lateral de Av. Nonoalco se volvió a soltar una balacera y uno de los militares resultó herido de la mano y para pararle el sangrado me quitaron mi sweater y le hicieron un torniquete. Nos metieron en una guardería y ya adentro nos amenazaron con hacernos ley fuga, pues nos decían que éramos “unos pinches revoltosos” y que era más fácil darnos ley fuga para “quitarse de problemas”. Algunos jóvenes empezaron a llorar y a rogarles que no los mataran, y los militares prepotentes insistían en la ley fuga como una manera de amedrentarnos.

Ya que pasó la balacera fuimos entregados al ejército y nos subieron a los camiones, ordenándonos que nos bajáramos los pantalones para no escaparnos y algunos militares nos querían quemar las piernas con sus cigarros, a lo que yo me defendía diciendo que estábamos indefensos y que no representábamos amenaza para ellos.

Llegamos al Campo Militar N° 1, éramos cientos de detenidos sólo hombres, encerrándonos en unos galerones, más o menos en cada galerón éramos unos 80 o 100, estudiantes la mayoría y algunos maestros, convivimos muy solidariamente.

Estuvimos 8 días incomunicados, uno de esos días llegaron los MP para tomarnos declaración, huellas digitales y fotografía. Nos preguntaban si llevamos armas al mitin y que declaráramos lo que ocurrió en ese día.

Desgraciadamente al estar incomunicados nuestras familias no sabían de nosotros, mi padre me estuvo buscando en las delegaciones, en la cárceles, en los SEMEFOS (donde vio muchos cadáveres). Nadie le daba ninguna información respecto de mi paradero. Llegó al Campo Militar N° 1, llevaba bolsas de pan para darnos, pero no le dieron información, hábilmente mi padre se ganó a un soldado que estaba afuera del campo militar invitándole un cigarro y una cerveza y así le dijo que había muchos estudiantes adentro, pero no podía decir más, no tenía permitido hablar.

Al final de la semana dentro del Campo Militar y antes de liberarnos, un general nos sermoneó sobre la “Patria y las Defensa de las Instituciones”, aplaudieron muchos pero más bien era porque ya querían ser liberados. Nos llevaron en camiones militares y nos bajaron cerca de Polanco, llegué a mi casa caminando y al entrar con mis padres y hermanos nos abrazamos y lloramos de alegría.

Durante largo tiempo, no logro recordar cuánto, en las noches me despertaba súbitamente con mucha angustia pensando en lo que había vivido y con el miedo de volver a pasar por lo mismo.

Al regresar a las escuelas a las asambleas, después de la masacre, nos preguntábamos cuál era el camino a seguir, los más radicales afirmaban que no había más que tomar las armas, otros decían que no se podía continuar en la misma lucha porque la represión estaba muy fuerte y había que regresar a clases.

Levantamos la huelga con mucha tristeza y regresamos a clases, sentí después de esta experiencia que yo ya no iba a ser el mismo, y que siempre iba a estar ligado a la lucha.