Alberto López Limón

El primero de noviembre fecha de todos los santos, comúnmente llamado la víspera del día de muertos. Día para muchos de recuerdos, de nostalgia, de un pasado que se fue y nunca regresara. Nunca es tan presente el dicho de que los muertos siempre están vivos mientras que los vivos se acuerden precisamente de los primeros, de con quienes convivieron, vivieron momentos de dificultades pero llenos de alegrías, esperanzas, sueños comunes.

Guardamos en nuestros más profundos pensamientos los momentos que compartimos, sin importar lo positivo o negativo. Lo vemos con ojos de “todo lo perdonamos pero mantenemos su recuerdo”. Lo que nos enseñaron. Lo que aprendimos con su ejemplo. De sus bromas, su inmensa sonrisa, de las noches de vigilia y desvelo ante la inminente apoyo a la huelga que acababa de estallar, a la repartición en la puerta de la fábrica de la propaganda, de la toma de tierras, el enfrentamiento a las guardias blancas y pistoleros en las fábricas cada vez que volanteábamos. De las veces que fuimos derrotados ante la inmensa concentración de fuerzas de los patrones y sus policías; del cierre de calles, manifestaciones callejeras, pintas clandestinas; de los momentos de acondicionamiento físico y estudio del marxismo y sus escuelas; de los círculos de estudio; de las reuniones y asambleas clandestinas, partidarias y populares-barriales. De las veces que las organizaciones sociales nos negaron su solidaridad.

De los dolorosos momentos de la perdida de jóvenes vidas, como las de Pancho y Julián (con quienes convivimos desde 1982) en 1984, al caer bajo las balas de la policía en una recuperación económica en el norte del país, de tantos sueños que compartíamos, de los momentos que nos encontramos en las reuniones internas y de formación de la Organización celebradas en la clandestinidad, en la montaña, la ciudad y la selva; del recuerdo de la sangre vertida por las balas de la Brigada Blanca de los compañeros José Luis Martínez Pérez y Elín Santiago Muñoz el 9 de abril de 1979, en las calles de Torreón, Coahuila. De aquellos días anteriores a su muerte en que conversé con el profe José en la Escuela Héroes de Churubusco, Ecatepec, de los momentos en que nos deleitamos con su canto, sencillez para exponer sus ideas, de su enorme contagiosa alegría por la vida. Estando presentes en la memoria del compañero profesor Misael Núñez Acosta, director de la Mártires de Churubusco (actualmente la escuela lleva su nombre), asesinado en 1980, con quien también compartimos sueños y esperanzas. Del profesor Agustín Pérez, estudiante dirigente del Frente Popular Independiente en Ciudad Natzahualcoyotl, promotor de la transformación, por parte de colonos, de cinco basureros y escuelas populares para niños marginados en Ecatepec, detenido y golpeado brutalmente por agentes de la Brigada Blanca en 1978, en tales condiciones que falleció días después de su liberación.

De la detención desaparición de nuestros hermanos Juan Carlos Mendoza Galoz y Austreberta Hilda Escobedo Ocaña producida el 30 y 31 de diciembre de 1981 en la Ciudad de México y Estado de México por agentes de la Dirección Federal de Seguridad y otras corporaciones policiacas.

Más recientes recuerdos encarnan los decesos del Viejo y El Caballo, como conocíamos a Israel Rodríguez y a Heriberto Salas. El primero, Israel, aunque al final acabó al lado de la izquierda legal y electoral nunca perdió sus raíces humildes de campesino. Tan solidario era que si veía una huelga por donde iba en un autobús de pasajeros, de inmediato se bajaba, asistía donde se expresaban los huelguistas y se les unía, compartiendo su lucha, viviendo con ellos sus infortunios y alegrías, marchando coco con codo y recibiendo las consecuencias represivas de sus hechos. Era el más viejo de todos, de ahí su mote. Más grande por unos cuantos años, pero se rodeó de compañeros salidos apenas de la adolescencia abrazando la lucha por el hombre nuevo y la igualdad de clase.

El segundo, Heriberto, dirigente sindical, trabajador en Sosa Texcoco. Formador y militante marxista, dejarndo su pasado campesino individualista y unido a su espíritu proletario solidario. Ambos durante fundadores y participantes del Frente Popular Regional de Texcoco.

Recuerdos de las largas noches que nos las pasamos discutiendo y estudiando, planeando el trabajo futuro, criticando pero en lo particular auto criticándonos. Cómo les pesó constantemente luchar por abandonar sus posiciones machistas, su educación heredada de seres superiores sobre las mujeres, del uso indiscriminado del alcohol y pulque (del “a ver quién dura más”, “a ver quién chupa más”, y del “lo tengo controlado”); de hacerles entender que todos éramos iguales y las mujeres, sus compañeras, tenían el mismo lugar que ellos y no tenían ningún derecho de golpearlas, ni de maltratarlas, ni de gritarles. Lo más interesante era cómo en las asambleas comunitarias las mismas compañeras exigían su realización, cuando al principio eran muy renuentes y ni siquiera se atrevían a abrir la boca, y cómo sus esposos, compañeros de lucha, simplemente bajaban la cabeza aguantando, tratando de mejorar sus hábitos. Aceptaban a regañadientes. Ambos perdidos para el movimiento revolucionario por el COVI-19. 

Cómo olvidar a Uriel, en su cercano aniversario luctuoso. Él nos enseñó a fabricar juguetes de madera para niños, salidos de sus diestras manos en su taller ubicado en su casa. De su enorme alegría ante la vida, sobreviviente de grandes batallas sindicales, populares, formador de conciencias, marxista y, como nosotros, comunista. Solidario y humilde; dirigiendo y escuchando; reflexionando y actuando.

Recuerdos que alientan ante el enorme objetivo de alcanzar la igualdad del ser humano. Enorme esfuerzo y sacrificio por seguir realizando, pero al mismo tiempo con la fe que el inmenso sueño será alcanzado tarde o temprano aunque ya no estemos presentes, porque siempre viviremos mientras los vivos piensen en nosotros, en el ejemplo de lo que hicimos y cómo lo hicimos.