VII

(Final del poema sobre Augusto César Sandino, General de hombres libre,s en Nicaragua)

Cuando anochece en Nicaragua la Casa Presidencial se llena de sombras. Y aparecen caras.
Caras en la oscuridad.
Las caras ensangrentadas.
Adolfo Baez Bone; Pablo Leal sin lengua;
Luis Gabuardi mi compañero de clase que quemaron vivo
y murió gritando: ¡Muera Somoza!
La cara del telegrafista de 16 años
(y no se sabe siquiera su nombre)
que transmitía de noche mensajes clandestinos
a Costa Rica, telegramas temblorosos a través
de la noche, desde la Nicaragua oscura de Tacho

(y no figurará en textos de historia)
y fue descubierto y murió mirando a Tachito;
su cara lo mira todavía. El muchacho pegando papeletas
SOMOZA ES UN LADRÓN
y es arriado al monte por los guardias riendo…

Y tantas otras sombras, tantas otras sombras;
las sombras de las zopiloteras de Wiwilí
la sombra de Estrada; la sombra de Umanzor;
la sombra de Sócrates Sandino,
y la gran sombra, la del gran crimen,
la sombra de Augusto César Sandino.
Todas las noches la Casa Presidencial se llena de sombras

Pero el hombre nace cando muere
y la hierba verde renace de los carbones.