Por Ta Iñ Xemotuam (Centro para la formación y desarrollo de la salud del pueblo mapuche – Ta iñ Xemotuam.) Fragmentos finales.

Percepción de la enfermedad

Desde el mundo más profundo de los mapuche, este fenómeno pandémico se puede entender un gran proceso de crisis civilizatoria que está anunciado desde diferentes espacios de la espiritualidad indígena. Las enfermedades, la muerte, la trasformación social está advertida y soñada desde la dimensión espiritual que nuestros diferentes agentes espirituales nos han ido conversando; por ejemplo nuestros machi en sus estados de küymin (estado alterado de conciencia, comúnmente llamado “trance”) han anunciado tiempos de enfermedades y hambrunas que asolaran los/as mapu (espacios, territorios), lo que junto a señales del ecosistema como lo fue el florecimiento del colihue o rügi en mapuzugun (chusquea quila), prevén un ciclo de conflictos y malas experiencias, plagas incluidas (ratones) por lo que muchas familias se ocuparon de sembrar y cultivar lo suficiente para poder tener abastecimiento de cereales para estos tiempos.

Estos ciclos catastróficos incluyen enfermedades o kuxan, que en el momento actual se nos presentan con características epidémicas que afectan a mapuche y no mapuche. El hecho de que la pandemia de COVID-19 se inscriba como parte de un ciclo catastrófico más amplio es clave para poder abordar la comprensión de dicho fenómeno colectivo. El pueblo mapuche situado en el Gülumapu (sur de Chile) ha sido afectado por epidemias artificiales desde la llegada del conquistador hasta la instalación del estado en sus territorios. La comunicación monocultural sobre el COVID-19 hace un mes de iniciado la pandemia fue visto desde un punto de vista mapuche, como un fenómeno del mundo wigka no mapuche, que afecta a la ciudad, a personas que viven en formas de reproducción social urbana capitalista. Las comunicaciones desde la política de salud apuntaban a un padecimiento colectivo que residía en la ciudad, en personas que viajan y no indígenas, y por cierto, reducido a un proceso biológico.

De hecho, la enfermedad o kuxan entre los pueblos indígenas, particularmente entre los mapuche, se constituye en un fenómeno que no es puramente biológico, sino consecuencia última de un conjunto de actos que la desencadenan y que la explican. En un sentido colectivo, la pandemia de COVID-19 sería síntoma de un ciclo catastrófico y crisis civilizatoria más amplia. Por todo ello, al menos las respuestas y métodos de cuidados y de prevención deberían considerar dimensiones diferentes que están incorporadas desde el mapuche rakizuam (pensamiento propio).

En la perspectiva mapuche los kuxan (enfermedades) son desequilibrios que afectan las diferentes dimensiones del che (persona), pueden afectar el püjü (lo espiritual) generando diferentes efectos. También puede ser afectado el rakizuam (el pensamiento), como también el ragichegen (la dimensión social), o directamente el kalül (cuerpo). Entendido así los kuxan pueden ser originado desde los propios che, como por sus relaciones con las otras vidas o producto de una situación histórica del grupo del que proviene o por efecto de un proceso mayor en donde el kuxan es generado por terceras personas.

Es imposible abordar el COVID-19 solo en su dimensión biológica o del kalül, dejando de lado el lugar que tiene la pandemia en un escenario agresor y civilizatorio más amplio, que en el mundo indígena se relaciona con hambrunas, plagas y conflictos sociales que exceden el desarrollo del virus en el huésped sobre el cual se enfoca la acción gubernamental. Por ello la comprensión-prevención-acción debe apuntar a estas dimensiones y de qué manera se comprende y entiende el fenómeno mórbido colectivo en la espiritualidad, en la relación comunitaria y contextual que vive el ser mapuche, en el pensamiento y racionalidades de la persona en sociedad, así como en el cuerpo y su complejidad. El sistema al no conocer estos códigos y lógicas, debe al menos complementar su quehacer con la participación de los pueblos que tienen estos dominios. Obviarlos, como ha sido la tónica, sólo allana el desastre “sanitario” del que se habla.

Superar el monoculturalismo sanitario

El tema que planteamos no es trivial, no es antojadizo, es poner en evidencia la impertinencia del sistema de salud chileno y su negligencia para abordar un problema tipificado de biológico pero de comprensión y alcances multidimensionales ignorados hacia el mundo indígena. Un sistema que ignora en la práctica los fenómenos asociados al proceso salud/enfermedad/atención vinculados a la pandemia en el mundo mapuche actual, tales como la sequía, la zoonosis, las enfermedades crónicas no transmisibles, el alcoholismo, la tuberculosis, la violencia, la baja escolarización, el aislamiento y los problemas de comunicación; no hace sino sumar a la sobremortalidad de la población mapuche respecto de la población no indígena en Chile. Si a eso sumamos la pérdida temporal de la dimensión de persona que implica el confinamiento total para el mundo mapuche, estamos frente a una práctica etnocida flagrante. La pandemia muestra una política instalada de negación e invisibilización de las diferencias socioculturales pre-existentes en el país; una suerte de prepotencia hegemonizadora de la cultura oficial, la cultura aceptada, enarbolada y enseñada desde la violencia epistémica y ética en las escuelas de formación médica y de salud pública oficial.

No sólo la pandemia del covid-19 mata, también mata el monoculturalismo expresado en la confinación y aislamiento sociocultural incomprendido por las familias mapuche rurales; mata el uniformamiento biomédico de un padecimiento inscrito en dimensiones más amplias; y de la interpretación de un ciclo agresor a la salud que la saque de la visión bio-psico-social que reduce el fenómeno a un virus y su tratamiento hospitalocéntrico. Existen muchas formas de muerte, no sólo la biológica, también la muerte social y cultural, la que los estados cometen permanentemente en contra de los Pueblos Indígenas cada vez que los invisibilizan, niegan, ocultan.

Es hora de confrontar la monoculturalidad y enrostrarle su prepotencia e ignorancia con la que argumenta su avasallamiento permanente sobre los “otros” dentro del espectro estatal. Que esta pandemia contribuya al desnudamiento de la precariedad sociocultural con la que se viste la sociedad hegemónica. Los derechos establecidos y ganados con tanto sacrificio no pueden quedarse sólo en el plano retórica en los escenarios internacionales, OIT, ONU, OEA, OMS-OPS. Por ello continuaremos exigiendo al Estado, a la institucionalidad responsable, la obligación de avanzar en políticas de salud efectivas, relacionales, participativas, consultadas y basadas en evidencias probadas; y que se construyan desde la pluralidad médica, como desde los pluriversos presentes en los territorios ocupados por los Estados Nacionales.

Evitemos una vez más, como tantas otras veces, la muerte de numerosas personas, entre ellos, ancianas y ancianos, jóvenes, niños y niñas indígenas. Muchas y muchos de quienes fallezcan ni siquiera sabrán con exactitud qué fue lo que pasó, cómo se contagió, cómo se desarrolló ese mal que contrajo. O bien tampoco lograrán entender el confinamiento, el que torna a la vida indígena indigna de ser vivida. ¿No es acaso esta otra forma de genocidio?