Por poder entendemos en primer lugar un ejercicio de capacidades individuales y colectivas y, en segundo, una relación social de influencia. Si esa relación implica la represión de las capacidades de una de las partes de la relación, es decir, que la influencia adopte la forma de una imposición contra la que las otras partes no se pueden resistir, la relación de poder es un ejercicio de dominación.

El poder colectivo es un ejercicio de derechos y capacidades de decisión, de acceso al conocimiento y de discusión. Poder etimológicamente significa potencialidad, es decir, potencial para poner en acto esas capacidades, hacerlas reales.

Las relaciones de poder implican relaciones de fuerzas, de influencia y estratégicas para hacer efectivos los derechos y las capacidades y potencialidades que los miembros de la organización se reconocen mutuamente y que materialmente poseen. Los conflictos entre fuerzas, estrategias, objetivos, argumentaciones y visiones de la realidad son constantes en todo ejercicio del poder, ya que implican la existencia del ejercicio de algún tipo de resistencias. Esos conflictos, sin embargo, pueden manifestarse en relaciones de dominación o en otro tipo de relaciones dialécticas creativas.

Si entendemos el poder en su vertiente próxima a lo que llamamos dominación, podemos señalar cuatro situaciones comunicativas que constituyen un repertorio de «estrategias comunicativas de poder», entendiendo por poder la mayor probabilidad de que se produzcan efectos de dominación con ciertos modelos comunicativos:

La violencia simbólica. Puede definirse como aquel proceso comunicativo donde alguien con autoridad logra imponer significados e imponerlos como legítimos, ocultando las relaciones de fuerza que permiten esa imposición. Por ejemplo, cuando se usa el modo colectivo (nosotros, todos, esta cooperativa, etc.) para imponer las ideas particulares de una persona; cuando se define la realidad ocultando temas relevantes, seleccionando de un modo arbitrario la información procedente, por ejemplo, de un acontecimiento exterior que sólo llegó a unas pocas personas; cuando se estigmatiza y estereotipa a individuos y sus caracteres (como estrategia de desvalorizar sus ideas, por ejemplo, diciendo «las nenas»); cuando se dirigen burlas, insultos, desvalorizaciones, acusaciones y agresiones simbólicas; o cuando no se permite hablar o conversar a otras personas mediante interrupciones, cortes, ruídos o prohibiciones.

Los argumentos de autoridad. Son aquellas afirmaciones que surgen en un proceso de argumentación, discusión y persuasión, con la característica de reforzar la autoridad de quien habla por medio de referirla a una autoridad superior pero indiscutible, de la que emana el valor de la primera. Este tipo de dominación comunicativa es frecuente con el uso de referencias y apoyos en la ciencia, en la ley, en la costumbre o en cualquier afirmación que se presente como indiscutible y dogmática («estoy totalmente seguro...»). Otro ejercicio de autoridad por medio de expresiones comunicativas es la insistencia en tener la última palabra.

Contradicciones y paradojas. Las contradicciones pueden revelar estrategias de adaptación a cualquier situación adversa (afirmando una cosa primero y la contraria después, con la misma intensidad y sin rubor ni mención del cambio) o ser síntomas de la capacidad de imponer una opinión a pesar de la inconsistencia de la argumentación. Un caso de contradicciones lo constituyen las paradojas, entre las cuales son las de tipo pragmático aquellas que más se usan para colocar a las personas subordinadas ante alternativas en las que siempre pierden. Las paradojas sintácticas son aquellas con las que se afirma que todos los que no pertenecen a un grupo, pertenecen a otro, aunque este último incluya a individuos muy diferentes entre sí. Las paradojas semánticas son las del tipo del mentiroso que dice «yo miento» (o, por ejemplo, «todo esto que digo no tiene sentido, no me hagáis caso»). Las paradojas pragmáticas son las más violentas: «sé espontáneo», «te ordeno que no me obedezas», «debes actuar por ti misma», «si hablas no hay quien te aguante y si no hablas no sé lo que piensas», etc.

El silencio y la comunicación no verbal. La incomunicación puede tanto mantener situaciones de dominación como crearlas, según en qué momentos y cómo sea manejada. El secreto, guardarse información y monopolizarla, son las formas genéricas que se pueden producir estratégicamente en la organización (en base a objetivos de beneficio privado). Los sobreentendidos y los malentendidos constituyen otro tipo de «silencios» que pueden comunicar las relaciones de dominación implícitas. Por su parte, las posiciones espaciales, sobre todo ante las mesas de reuniones o asambleas («presidiendo»), pueden también comunicar valores añadidos a la información de quien adopta esas posiciones dirigistas o privilegiadas (visibles y desde las que se puede ver), facilitando su probabilidad de ser impuesta por encima de otras. El uso del cuerpo, los gestos y la vestimenta también pueden ser controlados en vistas a reforzar expresivamente las argumentaciones enfrentadas (con puñetazos en la mesa, por ejemplo).

*Fragmento de Asambleas y reuniones. Autor: Ana Rosa Lorenzo Vila y Miguel Martínez López. Traficantes de sueños, Madrid, 2005.