Ernesto Aréchiga

En 1979 nuestro papá nos convocó a hablar con él sobre un tema muy serio. Nos extrañó un poco porque había cierta solemnidad en esa convocatoria. Se trataba de un tema crucial que me parece nos cambió la vida. Uriel expuso en primer lugar algo que sabíamos, que llevaba años y años de trabajar en la industria privada, principalmente en H-24 y en Química Lucava, ambas industrias propiedad de un español de nombre Luis Cano. Después de tanto tiempo las cosas habían cambiado radicalmente, la empresa había sido vendida, absorbida por una compañía gringa que había traído sus propios gerentes y administradores, que no estaba interesada en desarrollar tecnología con los recursos humanos locales sino que requería de simples operadores y aplicadores. Más allá de eso, estaba en marcha un proyecto más interesante, más prometedor, más acorde a sus intereses e inquietudes, un proyecto en el cual había participado desde el principio para proponer un plan de estudios y la organización de un equipo de profesores investigadores en ingeniería química. En resumen, quería dejar la industria privada para venirse a trabajar a la UAM y quería conocer nuestra opinión para tomar la decisión.

Los inconvenientes venían por el lado económico: ganaría mucho menos, fin de muchas prestaciones, fin de ciertos privilegios que se derivaban de participar en la empresa privada y en especial de trabajar con aquel patrón que con todo y que era un señor burgués tenía ciertas consideraciones hacia nosotros. Química Lucava estaba en un corredor industrial del municipio de Tultitlán. Apestaba por el malatión que producían en la planta, pero aun así parecía el mundo civilizado en comparación a lo que era Iztapalapa en aquellos años de reciente fundación de la UAM. Ninguno de sus tres hijos dijo que no. De ese modo, Uriel se vio en libertad plena de renunciar a la compañía y de venir a trabajar a la UAM Iztapalapa adonde trabajó hasta el final de su vida. En Química Lucava se quedó un proyecto muy importante para él, sobre el cual lo escuchamos hablar montones de veces, aquel sueño de organizar un equipo de ingenieros capaces de desarrollar tecnología propia, acorde a las necesidades de este país, no atada a los intereses extranjeros y que eventualmente constituyera un ejemplo a seguir en el camino hacia nuestra liberación tecnológica y la construcción de un país no dependiente en términos de ciencia y tecnología, por lo tanto más libre.

En la UAM desarrolló ese proyecto por otras vías, en el ámbito de sus propias investigaciones, como el trabajo con los alfareros, pero especialmente en la formación de los y las estudiantes que seguramente aprendieron de él esta visión de las cosas. Los muchos otros quehaceres que desarrolló en otros ámbitos dentro de la UAM, en la UNAM, en el seminario del Capital de la Facultad de Economía, en la redacción de periódicos de combate como el Zenzontle o en la experiencia educativa de Tas Polbé en tierrras zapatistas, aunque de muy diversa naturaleza, me parece comparten ese ideario suyo relacionado con la necesidad de construir una patria libre de ataduras de todo tipo. Libre de la dependencia tecnológica que tanto nos daña, libre de las imposiciones del capital transnacional atento tan solo a sus exclusivos intereses, libre del analfabetismo, la incultura y la falta de preparación que nos impide pensar de manera autónoma y pensar como quería Martí, pensar en grande, en la historia común de Nuestra América y en la necesidad de mirar no hacia el norte sino hacia el sur, no hacia la derecha, sino como dicen los hermanos zapatistas, hacia abajo y a la izquierda.