Ante los embates de la pandemia por COVID-19 y las secuelas económicas que se acumulan para el 2021, el sistema político nacional se prepara para recomponerse en un año electorero que promete, como siempre, cambiar de forma para no cambiar de fondo. Esto es, un poder económico que destroza todo lo que toca bajo el lema del progreso (ahora en clave liberal según el discurso oficial), y un régimen político que articula voluntades, esfuerzos, mentalidades y corazones en torno a un proyecto que cada vez más parecido al anterior. El aumento de un 15% en el salario mínimo para quedar en $141.70 por día a nivel nacional, mientras que en la Zona Libre de la Frontera Norte queda es de $213.39 diarios, resulta en una estrategia necesaria pero insuficiente para hacer frente al trágico binomio pandemia-economía. Administración de la crisis más que resolución de la misma es lo que ha ocurrido con esta administración. Lobos neoliberales con piel de oveja populista denunció Víctor Manuel Toledo antes de abandonar la Semamat, quien ahora agrega para qe la cuña apriete en carta a La Jornada su crítica a la militarización y agresión a la cultura Maya con el mal llamado “Tren Maya”. El aparente jugoso incremento al salario oculta lo que se perderá en términos económicos, y sobre todo, ecológicos. El despojo y destrucción de los territorios de pueblos originarios ancestrales no parece tener descanso. Estos conflictos tienden a caer en la fórmula salinista de “no ver y no oir” a los disidentes tachándolos de conservadores. Las mineras canadienses, españolas y norteamericanas, así como las de mexicanos dejan muerte a su paso, envenenando ríos, acuíferos, erosionando suelos y devastando grandes extensiones de selvas, bosques ll y desiertos. Las grandes cantidades de 2 minerales que se llevan estas empresas 2 dejan mínimas o nulas utilidades al erario, y el trastocamiento de la economía y el tejido social donde asientan sus proyectos extractivos.

De esta forma pueblos, barrios, colonias y familias se ven forzadas a aceptar los trabajos que promete traer el mentado progreso, que no es otra cosa que despojo y explotación, ante un panorama de mortandad por una pandemia que está alcanzando el pico de la segunda ola con mutaciones del virus del SARS COV-2 que lo hacen más veloz en su propagación.
Ante este panorama los trabajadores y desempleados nos vemos en la peligrosa disyuntiva de morir de hambre o arriesgarmos a morir de COVID en trabajos sin seguridad social, con un sistema de salud al borde del colapso, sin derechos laborales y con el imperativo de mantener un trabajo fuera de horarios y exigencias del trabajo en casa para aquellos que lo pueden hacer si cuentan con un servicio de internet y un dispositivo digital desde el cual ser explotados. Se vive la reedición de la novela de George Orwell, 1984, en la cual El Gran Hermano vigila y adoctrina (en las mañaneras) y muchos son felices porque se está viviendo el mejor de los mundos posibles.
Aquellos que no han despegado los pies de la tierra, aquellos que se mantienen unidos a la Pacha Mama, a Tonana Tlalli, reconocen el nuevo totalitarismo que viene disfrazado de una administración militarizada de las instituciones y garantice, como en Huexca, el Istmo, el sureste maya y los aeropuertos, el avance de los proyectos de muerte reforzados con las armas ante la oposición popular.
Lo que no entienden estos conversos del liberalismo es que las contradicciones del propio capital han generado una sociedad volátil, sociedad en movimiento que lo mismo estalla en puntos imprevistos de manera aleatoria, que se organiza y engendra nuevas formas de resolver sus necesidades. Es decir, genera seres de la anticipación, y estos son los forjadores de la nueva sociedad, la que están imaginando desde abajo sin patrones mi presidentes, y mucho menos, iluminados.


Oscar Ochoa.