Vivimos el gusto de nuevos triunfos de los pueblos en lucha en Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y ojalá en Estados Unidos.

Nos referimos no sólo a los triunfos electorales contra las fuerzas fascistas y golpistas en Bolivia o en el plebiscito chileno para modificar la constitución surgida de la dictadura de Augusto Pinochet. Hablamos de batallas ganadas en plazas, calles disputadas a policías y militares, comunidades originarias que defienden territorio y vida, asambleas y cabildos populares en barrios urbanos y localidades rurales. Triunfo también de los combates al racismo gringo, a la gubernatura criminal de Donald Tremp. Y victorias en las diarias batallas de jóvenes y principalmente de mujeres exigiendo reproducir la vida digna contra cualquiera de los múltiples proyectos de muerte del capitalismo patriarcal, racista y depredador.Las victorias se han expresado también en la configuración de nuevas condiciones, utilizando variadas formas de lucha según las condiciones de fuerza acumulada para cada caso: los cortes de caminos y rutas; los paros nacionales, la defensa comunitaria ante militares y paramilitares; los proyectos de autogestión, autonomía y de muchos autogobiernos; los parlamentos y cabildos populares, donde las asambleas ya no son peticionarias sino constructoras del poder del pueblo. Es una acumulación que también arrasa con los votos contra partidos y políticos profesionales, quienes no representan, salvo contadas excepciones, a esos actos de la verdadera soberanía popular.

Los medios mercantiles, los partidos e intelectuales conformes con las reformas y hasta los gobiernos, militares, sectas y partidos hipócritas que esconden su fascismo en la “fiesta democrática” electoral, difunden otra realidad: la de representar a ciudadanos que, en lo individual, acudieron a las urnas desconfiados, porque se les prohíbe romper el cerco de la democracia formal, cuestionada por los pueblos con sus debates, decisiones y acciones directas y desde abajo.

El sector preocupado por reformas que los repongan de la caída de los gobiernos del “progresismo” extractivista, se contenta con el triunfo “pacifico”, para todos, “para ricos y pobres” de las fuerzas de recambio en los Estados. Algunos de ellos reconocen la obligada necesidad de la autocrítica, pero otros cuestionan a errores pasados de sus partidos y líderes progresistas -algunos muy recientes-, con la idea de que hay que “buscar la conciliación y moderarse”, calmar los “conflictos” evitar “disturbios” con las oligarquías, con el imperio y hasta con las derechas fundamentalistas.

Nada de esta visión reformista y de los esfuerzos de esos políticos, medios y partidos del sistema, puede ser la base de los triunfos populares logrados y por logra en la lucha soberana de los pueblos sus comunidades, colectivos, sindicatos y barrios proletarios. Cuenta sí como alianzas en la acción y compromisos con “compañeros del camino” en las coyunturas recientes ante la feroz escalada de represión, expropiación y engaño que han padecido nuestros pueblos en este capitalismo salvaje, tanto neoliberal como desarrollista

Por eso cuando en otros pueblos como el argentino el mexicano crece la alegría por los avances de los pueblos hermanos, vale la pena detenerse a pensar si la posible integración de economías en el continente, la barrera al avance de derechas fascistas y racistas, la gobernanza formal y legitima conseguida por partidos de vuelta de anteriores derrotas, pensar si toda esa ganancia de las representaciones desde arriba, puede olvidar que son los pueblos en lucha la semilla, los primeros frutos y la fuerza acumulada para nuevas metas, radicalmente diferentes por ser soberanas, por construir el poder popular y buscar la autodeterminación de la vida libre en armonía con la Madre Tierra. Las banderas de los pueblos lo dicen:

La lucha sigue:

TODO EL PODER AL PUEBLO.