Alberto Guillermo López Limón

 

El tiempo pasa y el recuerdo se queda. Es como un sueño que se nos va rápidamente. Volteamos a ver lo que hemos forjado y nos damos cuenta de todo lo imperfecto y limitado que somos como seres vivos. Nos fijamos desde jóvenes frutos imposibles que tratamos de convertir en realidades. Nos esforzamos, dimos la vida entera para materializar nuestros afanes, nuestros sueños, nuestros ideales, de la igualdad del ser humano.

 

Los años que nos conocimos se fueron como si hubieran sido un simple que algún día tendría que terminar, no por ello se abandonaron las metas y las ilusiones de un mundo nuevo.

Uriel, recuerdo cuando nos conocimos dentro de las luchas de unidad de la izquierda, en aquella época, principios de los años ochenta del siglo pasado, cuando convivimos dentro de las jornadas que dieron origen a la nueva Asociación Cívica Nacional Revolucionaria, en 1982. De las decenas de reuniones preparatorias y fundacionales de la organización de masas; de los largos debates entre las diferentes experiencias que nos habíamos juntado para marchar unitariamente a crear cosas nuevas.

 

No fue una tarea fácil. El terreno estaba lleno de dificultades, de interpretaciones diversas, de propuestas contrarias. Nos conocimos en la marcha y confluimos en ideas, trabajos, esfuerzos. Fuimos definiendo tareas, objetivos y tareas conjuntas. Afortunamente tu sencillez, tu carácter y la forma de exponer tus ideas nos daban confianza en tus planteamientos.

 

Nunca perdisteis tu sencillez, tu humildad, esos valores que te hicieron ser uno de nuestros más apreciables compañeros, tu capacidad de dirigente, hermano y compañero de lucha.

 

Recuerdo, entre las muchas anécdotas, como nos unificamos en el congreso fundacional de la ACNR, en la Escuela de Agricultura de la Universidad Autónoma de Guerrero. Sin conocernos anteriormente, confluimos en las propuestas y en la última de las sesiones de la mesa de discusión de los Lineamientos Programáticos, al finalizar, en la hora de la convivencia, espontáneamente muchos de los compañeros se pusieron a cantar. Éramos decenas de jóvenes alegres que definían una meta democrática, popular, nacionalista, revolucionaria y comunista recogiendo las experiencias del pasado. En el calor del momento a alguien se le ocurrió que se debía entonar “La Internacional”. Nadie objetó, todos estábamos de acuerdo. Sin embargo cuando se inició el intento de cantó nos dimos cuenta que nadie conocía la letra del famoso himno internacional. Nos veíamos a la cara, todos esperaban que alguien saliera al quite y se pusiera a cantar. El tiempo pasaba y no se atinaba que hacer en el área asignada donde se reunía la asamblea. De repente, Uriel dijo que se la sabía solamente en francés, el “Viejo” todo cábula inmediatamente le hizo segunda. Y comenzamos a oír La Internacional solamente que no en español, sino en francés. Hablaba muy bien Uriel la lengua extranjera. También te reconocíamos tus profundos conocimientos, tu inagotable actividad práctica para cumplir las tareas; tu capacidad pedagógica para enseñar.

 

La última vez que te vimos te mostrabas físicamente mejorando de tus largas enfermedades y recién operación. Nos fuimos confiados en las siguientes tareas a realizar deseándonos suerte y vernos prontamente para trazar nuevos derroteros. Sin embargó el sueño terminó sin poder alcanzar el objetivo histórico de liberar a la humanidad de la explotación capitalista, pero dejaste tu ejemplo, tu historia indomable, tu solidaridad, tu ánimo y espíritu del hombre nuevo.