Por las compañeras caídas en la lucha.

Por las que desde el Kurdistán a la Patagonia sueñan

y trabajan para construir un mundo nuevo.”

 

 

[…] Este sistema maldito, criminaliza y reprime a la mujer que reclama justica para su hija víctima de un feminicidio, a la mamá que buscan al hijo o hija migrante desaparecida en territorio mexicano, o bien la joven que defiende el territorio contra los megaproyectos depredadores, a la maestra que rechaza un proyecto educativo excluyente, o las que en su ámbito laboral o estudiantil denuncian el acoso, el maltrato y el abuso sexual, la que no está en casa cumpliendo el rol que el sistema dice que debe asumir, la mamá del normalista que no claudica y resiste ante la campaña de linchamiento mediático

[...] La historia de la humanidad ha transcurrido azarosamente a lo largo de los siglos desde que los monos proto humanos se bajaron de los árboles y la locomoción bípeda liberó las manos para la realización de las tareas y al mismo tiempo qué, al acercar la comida a la boca, fue liberando al cerebro de los poderosos músculos que lo aprisionaban, músculos encargados de dar la fuerza necesaria al hocico prominente. Así el andar erguido, el ser bípedo y sus consecuencias sobre la evolución de la cabeza, así como el pulgar oponible en las manos liberadas y su aptitud para sostener el palo, el hueso o la piedra que devendrían herramientas marcaron el inicio de un proceso de humanización que soportado por el pilar de la palabra, del verbo y la comunicación con el otro, con los otros, permitió superar las debilidades congénitas. Pero la “humanización” aún está muy lejos de su plenitud.

La plenitud de los seres humanos sólo podrá alcanzarse cuando las taras que los han acompañado a lo largo de la historia sean verdaderamente superadas. La verdadera humanización llegará cuando se reconozca cabalmente que el otro es diferente de mí y de los otros, pero que en esa diferencia de cada uno con todos, con los demás, radica la igualdad la identidad: todos somos iguales porque individualmente somos distintos y en esa distinción radica la igualdad.

Pero luego de tantos y tanto siglos de hominización, de civilización, el proceso de humanización se ha estancado: no se podrá ser plenamente humanos mientras subsista la explotación de unos por otros, mientras existan seres humanos de primera, de segunda y de tercera y, sobre todo, mientras siga existiendo la discriminación. Discriminar, sin lugar a dudas, es el rechazo a la igualdad, el rechazo por la diferencia basado en la autoafirmación de un “yo” superior al “otro”.

Esta cuestión cobra una importancia capital en la relación hombre-mujer, de tal suerte que, “casualmente”, primero aparece el “hombre” y luego la “mujer”. Esta relación se reproduce en el lenguaje, cargado de significados, el hombre es todo el género humano y en el plural desaparece el género femenino y prevalece el masculino.

La diferencia sexual que en los albores de la civilización dio origen a la primera división del trabajo, a las mujeres les fue encomendado el cuidado de las crías y el mantenimiento del fuego, mientras que los hombres cazadores se hicieron proveedores y dueños de armas y herramientas, vino a darle sustento “social” al “segundo sexo”, (al patriarcado). Y así hasta nuestros días, las compañeras son responsabilizadas de las tareas domésticas, se dice: “las labores propias de su sexo”, lo que significa doble carga de trabajo.

Algunos varones dicen que “ayudan” pero las tareas domésticas no se distribuyen equitativamente en la pareja.

Cómo se puede construir un mundo nuevo sí en términos estrictos y en el seno mismo de nuestros hogares más de la mitad de la población humana vive y padece cotidianamente la discriminación (y la violencia). La lucha por la igualdad y su conquista es un imperativo para la emancipación.

Alda Fazio, estudiosa de la teoría del derecho escribe:

Argumentar que la igualdad no es necesaria entre mujeres y hombres es no ver que es precisamente la falta de igualdad entre hombres y mujeres la que mata a millones de mujeres al año: porque las mujeres no tenemos igual poder dentro de nuestras parejas, miles somos asesinadas por nuestros compañeros; porque las mujeres no somos igualmente valoradas por nuestros padres, miles somos asesinadas al nacer; porque las mujeres no tenemos el mismo poder que los hombres dentro de las estructuras políticas, médicas y religiosos, morimos de desnutrición, en abortos clandestinos o prácticas culturales como la mutilación genital y las cirugías estéticas y obstétricas innecesarias. La desigualdad entre hombres y mujeres mata. La desigualdad viola el derecho básico a la vida y por ende, el derecho a la igualdad brota de la necesidad que sentimos todas las personas de mantenernos con vida.

El mundo nuevo comienza en nosotrxs mismos.

*Redición del artículo de PP (Uriel Aréchiga, 1936-2017) en El Zenzontle 134, marzo de 2015.