En este siglo xxi la lucha de clases es global, como lo es el intento del capitalismo mundial de subordinar bajo sus relaciones de explotación y dominación todas las formas de producción pero también de vida de los pueblos.

Ante la guerra mundial contra los pueblos (llámenla:”tercera”, “cuarta” o guerra de amplio espectro), en cada comunidad, barrio, escuela, centro de trabajo o de convivencia se rompe, se agrieta o se desordena hasta la crisis, la vida pacificada, la falsa “estabilidad” o “gobernanza” de los estados nacionales y los organismos imperialistas (FMI; BM; OCDE, ONU, etc).
En este año los pueblos de Haití, Honduras, Ecuador, Chile, Argentina, Colombia y Brasil (como en otras partes del mundo: Kurdistán, Yemen, Palestina y líbano) han brindado episodios o largas y heroicos movimientos tanto espontáneos como organizados, protagonizados por jóvenes, mujeres y pueblos originarios contra los efectos, pero también contra las raíces de su descontento: el sistema patriarcal, capitalista, racista, neocolonial y depredador de la vida.
Aunque hay diferencias en las historias nacionales de la lucha, en todas se observa cómo el neoliberalismo es la forma del dominio salvaje del capital financiero, expresado en estrategias de ajuste a la economía y restricciones a las políticas sociales, así como en la militarización y paramilitarización en esos países.
Y es que las ganancias extraordinarias que exige el capital financiero y sus monopolios internacionales avisoran una nueva crisis y quieren aprovecharse y doblegar a los pueblos para que paguen más por las deudas, se endeuden ante la caída de los precios internacionales de las mercancías extractivistas y los cierres de fronteras a sus migrantes que reducirán las remesas. Para ello el capital está ávido de saquear los salarios y los recursos en todos los territorios. En su afán por ganar y ganar, invierte en infraestructura gigante y transnacional como canales interoceánicos, ferrocarriles, puertos, aeropuertos y autopistas que destruyen la Madre Tierra y desplazan a sus pobladores. Lo hace con todo tipo de violencias contra las comunidades y pueblos rurales y urbanos que las poseen o que sobreviven en ellos, principalmente a pueblos originarios que no creen que el buen vivir comunitario se logre sometidos al capitalismo. Además roba las pensiones, cobra por la salud, la educación y los servicios vitales.
Por eso, cuando los salarios son miserables y el hambre crece entre la mayoría, los hambrientos y desempleados, pero también las “amas de casa” y cada joven que quiere escuela o que está endeudado por pagarla, salen y protestan, asaltan tiendas y vehículos, marchan por calles y plazas, cierran los caminos y toman las oficinas nacionales e internacionales de gobiernos, bancos y empresas. Muchos actuan en directo pero sin previsión, y los Estados les asesinan, balean y repliegan, momentáneamente pues la rabia popular es mmayor que el miedo: tienen voluntad de luchar y pintan como en Chile: ¡Somos los de abajo y venimos por los de arriba!*.
También participan en esas acciones aunque en número menor, quienes aprenden a desbordar la represión, utilizan todos los medios de propaganda, de aglutinamiento, de defensa propia y organizada, de fiesta y creatividad, de despliegue de solidaridad por el mundo y de creciente coordinación. Su dirección es diferente a la de los partidos del sistema: viene de abajo, es rotativa, son reconocidos por sus comunidades, barrios, escuelas y colectivos, integran asambleas que crecen como órganos embrionarios de decisión y poder popular. Incluso algunos como sucedió en Ecuador y en las comunas urbanas y Mapuches en Chile, son autogobierno local.
Pero aún es mayoría la capa de asalariados urbanos y mestizas, que transitan del susto y el escándalo a la indignación y al respeto a las fuerzas indomables de mujeres, jóvenes y pueblos originarios que guían las luchas.
El poder de los de arriba sabe que en esos sectores intermedios no se ha acabado el miedo, ni el fetichismo por los partidos o el gobierno, incluso que ven a los militares y policías como posibles aliados contra el neoliberalismo, o al menos contra la austeridad, el encarecimiento, la represión y la mentira. En estas capas hay grupos derechizados, con fuerte influencia de sus patronos, de las iglesias, de los partidos y del fascismo que piden detener por la fuerza las revueltas, desconocer a los movimientos en la calle, piden la falsa calma que les deje el espacio individualista en el que consumen y se consumen.
La lucha de clases es global y diversa. Es en cada situación concreta donde se miden fuerzas y la memoria de experiencias (riquísima y muy cercana entre los jóvenes, las mujeres y los pueblos originarios en Ecuador, Chile, Colombia, Argentina Honduras), permite que con audacia y perseverancia se supere la debilidad de recursos para que se defiendan de tanques, armas, medios de desinformación y fuerzas de control de multitudes y hasta de paramilitares organizados por los gobiernos.
Será la fuerza organizada con esa memoria, sabedora de sus alcances y sus límites, con la que se prefigure un poder del pueblo que sin dejar de lado sus demandas inmediatas (anti neoliberales) sea completamente distinto al de sus enemigos y contraria al sistema.