La marcha del 16 de agosto convocada por varios colectivos feministas, que tuvo como punto de reunión la Glorieta de Insurgentes generó una serie de opiniones encontradas en la sociedad mexicana. Una pequeña parte de la población, así como dependencias del gobierno y medios de comunicación se pronunció contra los “destrozos” y “excesos” de grupos radicales y “provocadores”; otra parte, una gran mayoría, estuvo a favor de la manifestación y de las formas “tan violentas” con que estos colectivos se expresaron. ¿La razón? El hartazgo de una violencia estructural.

Porque más allá de la divergencia de opiniones circulando en medios y redes sociales, parece quedar de lado el aspecto fundamental de estas protestas. La agresión, desaparición y muerte sistemática de mujeres, niñas, niños y jóvenes que desde hace décadas vienen aquejando a la población. Ellas, las manifestantes, sobrevivientes de las que no regresaron a casa, las sobrevivientes del acoso y el peligro cotidiano, dijeron basta.

Los grafitis y pintas plasmados en la columna del Ángel de la Independencia fueron un claro y contundente mensaje para esta sociedad indiferente y cínica que valora más la intervención a lo que hasta hace poco era un mausoleo, el lugar de culto a unos pocos hombres muertos, que conmoverse por la vida de miles mujeres de a pie. Al monumento no se le demolió ni dañó su estructura, pero sí se atentó contra el simbolismo fálico de una columna estática que se levanta sobre la miseria de millones de mujeres a quienes no se les permite ser independientes, ni mucho menos libres. La Victoria Alada, el ángel que yace en la cima de la columna, sin embargo nos remite a otro tipo de ángel, este que las mujeres con su rabia, dolor y dignidad comenzaron a desenterrar del otrora sepulcro, en la base: el ángel de la historia.

Ellas, desde su justificada y digna rabia están haciendo lo que pocos hacen: están rescatando al ángel de la historia, aquel que invocaba Walter Benjamin al mirar el Angelus Novus de Paul Klee, porque “donde ante nosotros aparece una cadena de datos, él ve una única catástrofe” que acumula a sus pies, muerta tras muerta, la tempestad de lo que llamamos progreso. Ellas son las parteras de esta nueva historia, y por eso el dolor para este mundo patriarcal que no puede advertir lo obvio: también nos están rescatando a los hombres del papel envilecido de ser los machos que cuentan siempre la misma historia: la del victimario.

Ellas ahora son las de la voz, las de la acción y las de la historia. Nos toca escuchar, a p r e n d e r y compartir si así lo queremos , la construcción de un mundo en comunidad, diferente, donde vamos a c o m p a r t i r trabajos, discusiones y desencuentros pero también futuro. El progreso como tempestad ha sido hasta ahora la acumulación de agravios, pero ellas desde su resiliencia también están demostrando que se puede andar por caminos inéditos para alcanzar la libertad que anhelamos.

Es necesario atender los trabajos de este parto, el de la nueva historia que tantos agoreros dieron por terminada, y contar ahora la historia de l@s de abajo, l@s condenad@s de esta tierra, pero también l@s de siempre. Oscar Ochoa