Los comentarios del actual director de la SEMARNAT, Víctor Manuel Toledo en torno al proyecto eólico en el istmo, expresando que las aspas de los aerogeneradores sólo sirven para “atrapar el aire de los indígenas” que desataron una serie de burlas y comentarios ridiculizando al renombrado investigador y ahora funcionario de la 4T dejan algunas cuestiones sin resolver entre el silencio de uno y la estridencia de otros.

Si tal afirmación hubiera sido lanzada por los pueblos opositores a los proyectos, posiblemente la situación no hubieran pasado del cotidiano desprecio a los interlocutores por “ser indios”, adjudicándoles una “histórica” falta de razón, su apego al pensamiento mágico, y por supuesto: el color de su piel. Pero si acudimos al recurso histórico apelaríamos entonces al extractivismo permanente que se ejerce sobre estos pueblos.

Desde la consolidación del poder colonial, y con más fuerza desde la fundación del Estado mexicano, se ha ejercido sobre los pueblos una extracción de bienes materiales, fuerza de trabajo, tradiciones y mitos, procesos bioculturales y códigos genéticos, además de toda la información sustraída para fines científicos y comerciales, dejando a cambio pobreza, contaminación y muerte.

Este nuevo colonialismo que lleva la etiqueta de trasnacionales canadienses, españolas, gringas y demás, ha sido bautizado por algunos como NeoCO2lonialismo, pues deja tras de sí una huella de muerte además de su huella inmensa de carbono. Este NeoCO2lonialismo es catalizador del avance ecocida del capitalismo en su fase tardía, que es perpetrada en lo político por gobiernos progresistas, como evidencia Zibechi, con menores costos políticos que los conservadores, pero con efectos iguales o mayores para las oligarquías nacionales y trasnacionales.

De ahí los rasgos inéditos de las izquierdas emergentes nacidas de la dinámica entre pueblos ancestrales, comunidades, barrios y sectores combativos de la sociedad, similares en ciertos rasgos como su postura decolonial, antipatriarcal y ecologista. En ellas se construye la comunalidad como horizonte, integrando cosmovisiones ancestrales con modernas, dialogando desde sus saberes y sentires; además defendiendo a la mujer en todos los ámbitos de la vida pública y privada, pues la cosificación de la mujer en este sistema pasa de la apreciación por su físico al menosprecio por sus ideas siendo silenciada, agredida, mutilada o aniquilada; y protegiendo al medioambiente como forma de respeto por la vida misma, defensa que cuesta la vida a decenas de activistas comprometidos con su comunidad y con su territorio.

Por ello la guerra silenciosa pero constante contra el Congreso Nacional Indígena y su Concejo Indígena de Gobierno, así como contra pueblos y colectivos autónomos que se organizan contra las agresiones de mineras y megaproyectos similares. Las relaciones que estos colectivos establecen con el entorno y al interior de ellos rompe la lógica del neoliberalismo, que transforma bienes y derechos, naturales y sociales en servicios por los que se cobra, y muy caro. La ideología dominante consiste en despreciar la naturaleza y sus servicios e invisibilizar la gratuidad o bajo costo de estos, como la posesión comunal del agua y la tierra en los pueblos ancestrales, mismos que todavía existen a pesar de las presiones por privatizarlos en estas regiones. Oscar Ochoa