Las viejas clases dominantes en América Latina y el Caribe, incluida la de México, persisten en afianzar en los pueblos la sumisión al capital y la lógica de la acumulación; además intensifican las otras formas de subordinación del trabajo y de las relaciones humanas a la ley del valor, por mecanismos financieros y jurídicos, que asumidos de manera entreguista con el imperialismo son dirigidos hacia el despojo y las guerras fratricidas.

Lo hacen desde formas de violencia que pueden ser consideradas fascistas o con mayor propiedad de terrorismo de estado: hacer la guerra a los pueblos, criminalizar a los pobres y a quienes resisten contra el sistema, perseguir a los migrantes y sellar las fronteras a centro y a sudamericanos como lo ordena el gobierno estadunidense, desplazar a la población en las zonas elegidas para el desarrollo de megaproyectos, asegurar el crimen organizado como parte del sistema de dominio.

Se vive una suma de agravios a la vida por parte del capitalismo que en México significan: a) Despojo territorial de agua, biodiversidad y culturas; b) despojo de materias primas principalmente en los hidrocarburos y minería; c) despojo de semillas y de autonomía alimentaria; d) abaratamiento de fuerza de trabajo a disposición de las trasnacionales; e) Imposición de mercado desregulado que admite entrada masiva de importaciones que desplazan a la producción nacional; y f) sometimiento a una estrategia militar- paramilitar y de intensa relación con aparatos de seguridad imperialistas con presencia de “servicios” mercenarios Todo ello provoca en los pueblos mayor sufrimiento y miseria, aunque también nos convence de que tod@s afrontamos al mismo enemigo.

Así surgen, se extienden y consolidan las resistencias activas que hoy son parte de los factores que explican las convergencias de actores populares que poco a poco se reúnen para fortalecer las protestas, la defensa de territorios y luchador@s sociales, para intercambiar experiencias, o para construir alternativas revolucionarias, anti sistémicas, anticapitalistas o democráticas. Se van traduciendo en proyectos políticos integrales de soberanía, autonomía e independencia, con raíz obrera, popular y comunitaria. Tales proyectos, no sin dificultad se plantean articularse con objetivos comunes, sin pérdida de identidad, y dispuestos a arrancarle la iniciativa a los poderes y sus sistemas de dominación, así sean estos enmascarados por fuerzas de origen progresista pero con políticas autoritarias y con las normas de un capitalismo liberal a secas.

Los pueblos movilizados en el México hoy gobernado por el triunfo en 2018 del descontento y las expectativas populares ante un partido liderado por Andrés Manuel López Obrador, pertenecen a muchos sujetos colectivos que, si bien no son la mayoría de la población que votó por AMLO, sí intervienen en acciones contra el saqueo, el despojo, los feminicidios, o por el derecho a la vida, a la tierra y en la idea de avanzar para crear la unidad de l@s divers@s, y construir un nuevo sujeto histórico, múltiple, de múltiples identidades y experiencias de trabajo, de lucha, de culturas y modos de construir relaciones equitativas e igualitarias, portador de aspiraciones libertarias, cualitativas para nuestra humanidad en su relación con el bien vivir (digno y justo) en el planeta.

Las experiencias políticas en el continente plantean nuevos problemas, por la recomposición de las derechas imperialistas y criollas que desplazaron a gobiernos progresistas, supeditados en los hechos al extractivismo y a la dependencia de transnacionales y capitales financieros. Tal decadencia de las formas progresistas y nacionalistas de las izquierdas electorales y la huella de las formas clientelares y corporativas de hacer política desde arriba, llevan a sectores de las clases sometidas a debatir y adoptar posiciones críticas con nuevos métodos y metas.

Gran parte de “la vieja izquierda”, y algunas tendencias de la llamada izquierda revolucionaria, aunque hayan tenido larga experiencia en las luchas populares, se convirtieron en “asalariados del poder”, o en el México de hoy, del gobierno en turno. Los que lo hacen buscando ampliar las alianzas del gobierno centralizado de AMLO para una supuesta confrontación con la derecha panista y priista han cerrado los ojos a las alianzas construidas este año por López Obrador, integrando a su instrumento electoral, Morena, y a sus equipos de gobiernos y asesores a personajes surgidos del PRI, el PAN, las jerarquías eclesiales, sindicales y principalmente empresariales que explotan, despojan y oprimen a nuestro pueblo y que ahora necesitan de un Estado barato, sin corrupción burocrática que pague la deda y con control sobre los pueblos y las organizaciones que resisten al capitalismo y al patriarcado.

A ellos les responden críticamente las fuerzas sociales y movimientos que se rebelan contra la tradición caudillista, a mantenerse supeditados a partidos políticos y movimientos clientelares que instrumentalizan las luchas.

Sus “motores” son la libertad e igualdad para reactivar la lucha de clases hacia un proyecto anticapitalista, anti patriarcal, anticolonial y antirracista, que exige nuevos sujetos, medios y estrategias para avanzar como pueblos trabajadores, destacando la lucha por construir la paz, la educación, la salud y el bien común de trabajadores y comunidades.