Esta es una frase que expresa la ola de desprecio y desconfianza por el mal gobierno, el presidente y su gabinete, los legisladores y jueces y particularmente los partidos políticos.

 

Ellos se han ganado ese repudio con el gasolinazo y la sumisión de Peña Nieto al atropello racista e imperialista del presidente Trump a la dignidad del pueblo mexicano. Ni los medios de manipulación a favor de los mandones y del sistema de partidos, les devuelven popularidad, a pesar de sus campañas de desinformación, confusión de datos y repetición de mentiras sobre las causas y consecuencias de las reformas estructurales que ha venido beneficiando la recolonización del país, llevando ganancias a las transnacionales, al capital financiero y sus socios “mexicanos”. Las protestas han inundado al país en las principales ciudades y poblados grandes, pero también en carreteras, puertos, puestos fronterizos y vías férreas que han sido “tomadas” por el pueblo descontento. Sin embargo, su rica y variada espontaneidad, no siempre se ha convertido en organización eficaz para poner en el basurero de la historia a quienes dicen representar o mandar en México y, para el caso del soberbio Trump, en el mundo.

¿Por qué si la gran mayoría está descontenta y desconfía de los mandones, no ha surgido una alternativa de conducción de la vida de México? ¿Será que aquello de que “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”, es un hecho fatal y estamos jodidos aunque descontentos? ¿Quién es “el soberano” sobre el que se sustenta tanto la independencia del país, como la conducción de su vida política y social? Las leyes mexicanas, la Constitución tan pisoteada por los de arriba y modificada a favor de su fuerza, dicen todavía en el artículo 39 que la soberanía emana y radica en el pueblo y que este puede darse en todo momento el gobierno que le convenga. Pero cada vez que el pueblo, incluso con levantamientos como el de los indígenas en Chiapas y muchos más, ejerce esa soberanía, la respuesta del Estado es una misma tenaza: la represión (el terror y la guerra) y el control político, ideológico y social de quienes se resisten y rebelan al sistema y a su mal gobierno.

La guerra y las violencias no son inusitadas, son sistemáticas, aunque algunos compañeros al ser reprimidos se sorprenden de que el Estado use su monopolio de la violencia contra las protestas o desobediencia a sus proyectos de muerte. Hay quienes se ilusionan con que el Estado deshaga su red de poder, mantenida en complicidad con el crimen organizado y sus múltiples grupos paramilitares que acompañan las grandes inversiones, los despojos de territorios o los ataques a los migrantes a su paso hacia el norte, sean mexicanos, centroamericanos y ahora haitianos y africanos.

Pero reprimir y violentar tiene un costo político social dentro y fuera de México, como el que han traído las denuncias de familiares y organizaciones sociales por los más de cien mil muertos, las decenas de miles de desaparecidos, la cárcel ejecuciones extrajudiciales de opositores y el desplazamiento forzado de la población. Por ello, y por contar con amplia experiencia de control, el Estado y sus partidos han impuesto medios sobre los sectores descontentos, o por lo menos sobre sus direcciones, haciendo pasar la energía de la indignación al sometimiento o la dependencia a lo que los de arriba decidan e impongan. Aquí sintetizamos tres mecanismos de control político avaladas por la ideología que hace creer que son “instituciones de la democracia”. El corporativismo o control por el Estado o los partidos de dominación de las masas incluidas como bases electorales, sindicales, campesinas, indígenas y populares desde que se gobernó con el modelo de partido de estado (PRI) y que delega a los de arriba la toma de decisiones y el quehacer de las organizaciones que dejaron de ser del pueblo trabajador. La democratización y autonomía de esas organizaciones ha sido una larga lucha que muchas veces ha recaido en nuevos corporativismos, ya no del PRI sino del PAN o de los partidos que se dicen de izquierda y sólo representan los intereses de las cúpulas o de los políticos abusivos.

Un segundo medio de control es la de la convocatoria o carisma de los líderes, las vanguardias personificadas o las conductas de direcciones que hacen del descontento o las demandas una plataforma para aprovecharse del pueblo, no solo como guías o patriarcas, sino como caudillos y hasta dictadorzuelos de sus movimientos. Dicen lo que deben hacer y lo que no; eligen arbitrariamente a los candidatos, presiden mítines y asambleas sin voz para los de abajo, y pactan con los de arriba (empresarios y otros agentes del gobierno mexicano o extranjero), siempre sirviéndose del pueblo, ya sea por dinero o por poder. El ansia de liberarse y vencer a los gobiernos en turno, recrea cientos de miles de ilusionados en salidas acaudilladas y veloces. Nada remedia tirar al gobernante en turno para poner a otro, sin saber cómo hacer que éste obedezca al pueblo. Otra herramienta menos visible porque se confunde con las demandas diarias y gremiales del pueblo es el clientelismo. El poder de los de arriba se fortalece prometiendo y repartiendo migajas para asuntos pequeños y las hace pasar como dádivas o asistencia pública (Prospera o cualquier pinche programa de reparto de miserias). También enmascara como negociaciones, las transas entre las direcciones sociales y los funcionarios de gobiernos para cualquier asunto, sean placas de taxis, créditos, presupuestos para organizaciones y falsas organizaciones no gubernamentales y un sinnúmero de ventanillas por las que los gobiernos de cualquier partido hacen depender a la gente que les pide apenas lo indispensable, o a quienes acarrean a los necesitados (“los convocan”) para que les den “atole con el dedo”.

En resumen, son impedimentos del ejercicio efectivo de la soberanía popular: la dependencia de los de abajo hacia los de arriba, la entrega de la confianza para que decidan por ellos los líderes y los mandones y la obediencia ciega o apaciguada a las reglas corporativas de una organización social 9 expropiada por el Estado a favor de la dominación.

Nada que ver ese control con las fuentes del poder popular que pueda hacer posible el que se vayan todos los que no nos representan: la auto-organización desde abajo en asambleas, consejos o reuniones de comunidad, barrio, centro de trabajo, de educación o cultura; la gestión y solución propia de sus problemas y proyectos; la democracia en la acción para tomar decisiones, autogobernarnos y actuar en un mismo camino de liberación ante quienes nos oprimen, nos explotan y nos discriminan; y la defensa legítima de nuestros territorios, nuestros espacios de vida, nuestros derechos como pueblo trabajador, nuestra autonomía para pensar, decidir y actuar como pueblo organizado y soberano.

Construyamos otro México, sin mandones ni entreguistas, sin caudillos, ni transas, sin asesinos y violentos. Miremos abajo, pues desde aquí se construye la liberación de los pueblos.