Un bombardeo israelí contra la población de Gaza dejó al menos 20  muertos, entre ellos nueve niños. El ataque se realizó en respuesta al  lanzamiento de cohetes desde esa cercada localidad palestina hacia  territorio israelí –al parecer, sin causar daños personales–, en  repudio a la represión efectuada por las fuerzas del orden de Tel Aviv  contra los habitantes palestinos de Jerusalén oriental y a los  previstos desalojos de habitantes de esa zona urbana para asentar en  ella a colonos judíos.

Cabe recordar que un grupo israelí de ultraderecha pretendía realizar  una marcha por barrios palestinos de Jerusalén, ante lo cual  pobladores árabes realizaron una concentración de protesta en la  Explanada de las Mezquitas que fue bárbaramente reprimida por la  policía, con saldo de más de 300 palestinos heridos, muchos de  gravedad, y una veintena de efectivos policiales lesionados.

En reacción a esos sucesos, Hamas, la organización fundamentalista que  mantiene el poder en la franja de Gaza, lanzó entre uno y dos  centenares de cohetes artesanales sobre territorio israelí, muchos de  los cuales fueron neutralizados por la tecnología de Tel Aviv conocida  como domo de hierro. A su vez, la aviación de Israel atacó con misiles  la ciudad de Gaza con el saldo ya citado.

Lo que hay en el origen de esta nueva y peligrosa escalada bélica es  la pretensión israelí de sepultar la aspiración palestina de asentar  su capital en la porción oriental de la Ciudad Santa –llamad Al Qods,  en árabe– y, en general, el empecinamiento de Tel Aviv de anexarse  territorios arrebatados a sus legítimos dueños mediante la fuerza  militar, tanto en Jerusalén como en Cisjordania.

Sin afán de justificar el recurso de la violencia, debe señalarse que  resultan inevitables la desesperación y la ira que cunden en la  Palestina ocupada tras siete décadas de despojos territoriales, de  asesinatos tanto masivos co-mo selectivos, de confinamientos forzados  de poblaciones enteras, de saqueo de recursos naturales, de una  discriminación muy semejante al régimen de apartheid que existió en la  Sudáfrica racista y, en el caso de Gaza, de un inmisericorde bloqueo  que implica, para la población de esa infortunada zona, la  imposibilidad de importar insumos básicos por largos periodos.

Por lo demás, saltan a la vista la desproporción y la desmesura de la  respuesta bélica de Israel ante los misiles artesanales disparados  sobre su territorio desde la franja de Gaza. Que una organización  fundamentalista pre-tenda atacar con esas armas rudimentarias–casi  siempre, sin conseguirlo– a civiles israelíes, de ninguna manera  justifica que un Estado constituido bombardee indiscriminadamente a la  población de la franja.

Ante estas muestras de barbarie cabe exigir una acción inmediata al  único actor internacional capaz de frenar la agresividad israelí: el  gobierno de Estados Unidos.

La administración de Joe Biden debería empezar por dejar sin efecto la  transgresión perpetrada por Donald Trump cuando reconoció a Jerusalén  como capital del Estado hebreo y lanzar, de esa manera, un mensaje  inequívoco al expansionismo de los gobernantes israelíes y a sus  afanes nunca encubiertos de expulsar de Al Qods a sus habitantes  palestinos y de colonizar toda la ciudad con ciudadanos judíos.

Es necesario, además, rencauzar al régimen de Tel Aviv a un proceso de  paz en el que se reconozca el derecho de los palestinos a un Estado  propio, soberano e independiente.


tomado de:
https://www.jornada.com.mx/2021/05/11/edito