Por Edo Konrad

El 23 de julio de 1986 Joe Biden, entonces como senador de EE.UU. en el Comité de Relaciones Exteriores, denunció públicamente a la administración Reagan por su relación con el régimen del apartheid vigente en Sudáfrica. Si bien gran parte de la comunidad internacional ya había tomado medidas para sancionar al régimen racista, el presidente Reagan y su secretario de Estado, George P. Shultz, promovían en cambio una política de “compromiso constructivo” con Pretoria.


Un video, ahora famoso, muestra al senador de Delaware enfrentándose a Shultz durante una comparecencia ante  el comité por objetar a la renovación de las sanciones, a pesar de un movimiento de boicot mundial iniciado por los propios negros sudafricanos. “Lo han intentado todo durante los últimos 20 años. Han implorado, han asegurado, se han arrastrado. Ahora están tomando las armas “, criticó Biden a Shultz. “¿Cuál es nuestra agenda? ¿Qué le estamos trasladando a ese repugnante régimen? ¿Estamos diciendo que dispone de 20 días? ¿Veinte meses? ¿Veinte años?”.

Al visionar ahora este icónico video es asombroso comprobar la disonancia entre la apasionada defensa que Biden hiciera de la resistencia sudafricana, incluida la violenta, y su rechazo e incluso la obstrucción que ejerce ahora respecto a la lucha palestina. Biden, que aborrecía los mimos de Shultz al régimen del apartheid, casi 30 años después, insistiría con vehemencia en que “no haya claridad” entre Estados Unidos e Israel, a pesar de que el propio aparato opresivo de éste sea asombrosamente similar.

Los últimos cuatro años han sido una bendición para el “repugnante régimen” de Israel, que ahora ha sobrevivido al de Sudáfrica durante casi tres décadas. Desde que Donald Trump presidiera la Casa Blanca no ha dejado de liderar una repugnante guerra de desgaste contra los palestinos y sus partidarios. El ataque ha sido implacable: desde el apoyo total a los sueños anexionistas de la derecha israelí hasta el estrangulamiento de los fondos vitales para los refugiados palestinos y la distorsión del significado de antisemitismo para silenciar a los críticos en Israel.

El presidente electo Joe Biden podría revertir los aspectos más atroces de la guerra de Trump contra Palestina, pero hay muy pocos indicios de que cambie de rumbo. Eso no debería ser una sorpresa. Como informara Peter Beinart a principios de este año en Jewish Currents, mientras la administración Obama contemplaba presionar al gobierno israelí para que detuviera la expansión de los asentamientos, el vicepresidente hizo “más que cualquier otro funcionario a nivel de gabinete para proteger a Netanyahu” de las medidas que podrían haber mantenido vivo un Estado palestino.

Parece poco probable que el equipo político de Biden rompa ese molde. La vicepresidenta electa Kamala Harris tuvo apariciones en la conferencia nacional de AIPAC e incluso copatrocinó un proyecto de ley del Senado que condenaba la decisión de Obama de abstenerse, en lugar de vetar, una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que recriminaba los asentamientos israelíes. Mientras tanto, según un informe del New York Times, el personal de política exterior de Biden puede simplemente terminar siendo una réplica del equipo de Obama que no logró avanzar en sus esfuerzos de mediación.

Un momento de reflexión

Más allá de revertir algunas de las decisiones básicas de Trump, no deberíamos esperar que Biden gaste mucho capital político en el asunto Israel-Palestina. Esas decisiones básicas probablemente incluirán revalidar el acuerdo nuclear con Irán negociado por Obama, renovar los fondos para la UNRWA y reabrir el consulado de Estados Unidos en Jerusalén Este, que se fusionó con su embajada de Israel después de su traslado a Jerusalén en mayo de 2018. Sin embargo, los acuerdos negociados de normalización con las monarquías árabes represivas probablemente seguirán vigentes, aunque no está claro si Biden alentará acuerdos futuros de este tipo. Esto no significa que el cambio de administración no tenga efectos positivos. Frente a lo que Netanyahu afirmara públicamente, la victoria de Biden ya está teniendo un efecto psicológicamente escalofriante para la derecha israelí que interpretaba el mandato de Trump como una señal de que los vientos de la historia soplaban a favor de sus ambiciones mesiánicas. A juzgar por la campaña electoral, es poco probable que una administración demócrata acate el llamado “Acuerdo del siglo” de Trump, elaborado con el liderazgo israelí para dar luz verde a la expansión colonial. Bajo Biden la anexión formal de gran parte de Cisjordania quedará descartada, al menos por un tiempo. La perspectiva de un retorno a la política exterior al estilo de Obama significa entonces muy poco para poner fin a 53 años de dictadura militar sobre los territorios ocupados. Pero para los activistas pro-derechos de los palestinos en EE.UU., el alejamiento de el supermalvado Trump también es un momento para una reflexión genuina sobre el camino a seguir.

No tienen que ir muy lejos para encontrar signos de esperanza. Durante sus campañas primarias, Bernie Sanders, Elizabeth Warren y Pete Buttigieg plantearon la idea de condicionar la ayuda a Israel en base a sus políticas. La reelección de congresistas progresistas como Rashida Tlaib, Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Betty McCollum, todas las cuales hablan de manera valiente y destacada sobre los derechos de los palestinos, es un testimonio de la resonancia de sus puntos de vista entre sus electores. Biden puede tratar de ignorar estas voces, incluidas las de los movimientos de base y coaliciones como Black Lives Matter que han defendido la libertad palestina. Pero al igual que otras causas urgentes (crisis climática, atención médica para todos, derechos laborales), Palestina no desaparecerá pronto de la agenda de la izquierda.

Construyendo un nuevo contrato social

La presión recae ahora  sobre los progresistas estadounidenses y los activistas pro-derechos palestinos para que aprovechen la era Biden para cambiar los términos del diálogo Israel-Palestina. Tomando las lecciones de los años de Obama, el movimiento progresista no debería desperdiciar los próximos cuatro años vinculando sus esperanzas a una Casa Blanca amarrada a la política de antaño; más bien debería gastar sus energías en continuar impulsando el movimiento de derechos palestinos desde las bases.

Esto significa entre otras cosas reconocer que si bien la anexión formal puede estar actualmente congelada, el camino a seguir no pasa por volver a las viejas recetas. Significa continuar apoyando a los funcionarios electos partidarios de presionar a Israel. Significa presionar a los centristas y sionistas liberales para que reconozcan que se da el apartheid  sobre el terreno independientemente de la anexión. Significa apoyar a quienes luchan, como escribiera Salem Barahmeh en estas páginas a principios de este año, para construir un nuevo contrato social entre el río y el mar, donde todos puedan ser libres con los mismos derechos. Significa continuar abriendo el debate público sobre una variedad de soluciones al conflicto, incluido un Estado binacional, una confederación israelí-palestina, un solo Estado democrático o un tipo diferente de configuración de dos Estados. Significa presionar tanto a los demócratas de izquierda como a los del establishment para que escuchen las voces palestinas, que históricamente han estado casi completamente ausentes en el debate público estadounidense. Y, quizás lo más importante, significa apoyar a los palestinos e israelíes que sobre el terreno luchan por la justicia en medio de una realidad de asedio y dictadura militar. El Joe Biden de 1986 se habría sentido orgulloso.

Edo Konrad es el editor en jefe de +972 Magazine. Con base en TelAviv, anteriormente trabajó como editor para Haaretz.
Traducción de Viento Sur

tomado de:
https://vientosur.info/los-progresistas-proseguiran-la-lucha-por-palestina-con-o-sin-biden/