Tommaso de Francesco

 

«Flujos incontrolados de afirmaciones científicamente infundadas o del todo falsas, declaraciones irresponsables de representantes políticos, medidas incomprensibles de entes locales y una información obsesivamente centrada en el coronavirus han dado lugar a una vergonzosa oleada de sinofobia en nuestro país»: palabras esclarecedoras y definitivas de Gianni Rufini, director de A. Internacional [Italia], quien acusa que pueden sufrir las consecuencias los más débiles, los niños y niñas, excluidos de su derecho a la educación.

Pero la impresión que se saca del opinionismo-ideologismo que se difunde en la Red, en televisión, e los medios sobre la epidemia del coronavirus – quizás incluso más que el miedo a una enfermedad peligrosa -, es que con China ya había ganas de ajustar cuentas.

Porque los vientos antichinos soplan desde hace tiempo, y los anticipó la ideología del “America First” de Donald Trump, que ha hecho de China su principal enemigo estratégico en un intento de poner a China y a los chinos «en su lugar» evocando el cuento que hasta los años 80 colocaba a los chinos entre los «feos, sucios y malos» de la Historia, con esta manía sesentayochista suya de otro modelo de desarrollo.

Y luego con la pretensión de querer competir con el capitalismo que, a finales de los años 60, con la Revolución Cultural, todavía rechazaban. Allí derrotaron esas “manías” alternativas que tachaban de «bandidos» a quienes hace tiempo luchaban por otro modelo de desarrollo; allí comenzó una “larga marcha” en sentido contrario al del acontecimiento maoísta de los años 30.

Venció, con gran aplauso de Occidente, la «línea capitalista»: abolición de las 60.000 comunas populares, quiebra de la distribución igualitaria del trabajo en el campo, industrialización forzada en zonas especiales hiper-capitalistas, privatización de amplios sectores de las empresas del Estado, desmantelamiento del Estado Igualitario. Todo bajo la guía de un centralizado Partido Comunista.

Pero, a partir del ‘89 (con la revuelta de Tian An Men, una protesta estudiantil con el objetivo de una democracia a la norteamericana) cambia la percepción occidental de China: es antidemocrática, pero cada vez más el nuevo mercado más grande del mundo en importación-exportación. La tendencia es a tal punto que en quince años China se convierte en el único país que verdaderamente crece del mundo [a pesar que que no hay una “democracia” al estilo occidental], con un crecimiento del PIB del 7-8% y reinversión de capitales, impensable en Occidente, con una capacidad productiva que la transformará en la fábrica del mundo entero.

Entonces, los chinos pasaron de ser «feos, sucios y malos» a convertirse en salvadores; muchas multinacionales resuelven su crisis gracias al mercado chino, que era capaz, en este intercambio, de vendernos también “know-how” [hoy es la principal desarrolladora de “know-how”].

Finalmente, con el ingreso en la OMC el 11 diciembre de 2001, Pekín se convierte en fuerza motriz de la economía mundial. Además, al precipitarse la crisis del capitalismo financiero occidental de 2008-2009, Pekín corre en auxilio del desastre deudor de Occidente con sus masivas inversiones y con sus propias reservas monetarias, hasta convertirse en mega-polo productivo ecológico para responder a la devastación interna provocada por el hiperproductivismo que imitó al desarrollo destructivo del capitalismo occidental.

En suma, los chinos se vuelven peligrosamente necesarios y mejores que nosotros. Hasta el punto que, al llegar al poder en los EEUU el “psycho-populista” Trump, comienza la era del “America First” con la guerra de aranceles contra el competidor estratégico representado por China: se pone en marcha así la ideología de la «revancha» antichina.

Ahora el coronavirus parece poner todo en cuestión. Es como una suerte de «auto-arancel» que China se inflige inconscientemente a sí misma, con efectos que palidecen comparados con los dictados de Trump. Están en cuestión las realizaciones chinas (del crecimiento del PIB al comercio mundial); el coronavirus socava a la dirección del Partido Comunista con Xi Jinping, quien debe profundizar en la cuestión de atraso-desarrollo que la epidemia pone de relieve, y deberá mejorar la idea de una Gran Nueva Política Económica, una fase intermedia de capitalismo controlado para sentar las bases del socialismo chino moderno, segun los dictados de Deng Xiaoping.

La epidemia pone a prueba el autoritarismo democrático de Pekín, también en el dominio del centro sobre las ciudades (tan inmensas y habitadas, como Wuhan, como para ser de hecho estados). Sin embargo, las cuarentenas militarizadas forzosas de las megalópolis chinas – un ejemplo efectivo para bloqear la expansión del virus – solo podían llevarse a cabo en «esta» China.

Justo igual que en Occidente. Porque en la falta de información entre autoridades locales y gobierno central chino podemos leer la misma dinámica occidental entre ciudades, regiones y ejecutivos nacionales (a causa de terremotos, crisis de refugiados, clima, medio ambiente), mezcla de abdicación de responsabilidades, desinformación y minimalismo en las medidas que estamos acostumbrados a ver, más que un conflicto estratégico centro-periferia que ya ha estallado en China [aunque la reacción del Gobierno chino haya sido mucho mejor y más rápida que la que nos tienen acostumbrados nuestros gobierno; por ejemplo, en el caso de la construcción de nuevos hospitales de 3.000 camas en una semana].

Y explota así entonces en Occidente la ideología de la revancha: los chinos se vuelven «feos, sucios y malos». Y parlotean los ideólogos-opinadores que guardaban silencio sobre el crecimiento de la economía china y sobre la «Ruta de la Seda» – que corre el riesgo de convertirse en “Ruta del virus” – aunque en realidad siga siendo la única propuesta de desarrollo internacional que (pues el imperialismo se hace también con el precio del azúcar y no sólo con las cañoneras) excluye el recurso al uso de la fuerza y a la guerra a que nos ha acostumbrado la práctica occidental.

Por nuestra parte, seguimos siendo, es verdad que muy críticamente, filochinos.

il manifesto. Traducción: Lucas Antón Extracto