OSCAR OCHOA

 

Los embates del neoliberalismo, que el actual presidente mexicano se empeña en sepultar ocultando su continuidad, ha tenido efectos en las relaciones sociales y ambientales desde la aparición de la pandemia, la cual es expresión de una relación desequilibrada entre el humano y su entorno.

Los procesos industriales en la breve existencia humana han utilizado determinados materiales para facilitar la subsistencia de los grupos humanos a lo largo de su vida en el planeta. Así, la industria lítica (de piedra) permitió cortar, golpear, cazar, registrar y construir grandes complejos urbanos; posteriormente, los metales complementaron con cierta facilidad los procesos de subsistencia, sin dejar de lado el uso de minerales y piedras preciosas; después, con la llamada revolución industrial, metales, minerales, fibras vegetales y cualquier otra materia se vieron transformados por un nuevo elemento: los combustibles fósiles como el carbón y el petróleo, éste último modificando de manera incalculable los procesos humanos, y con ello también los efectos contaminantes con el uso del plástico desde la última mitad del siglo XX.

La sociedad global dependiente de los hidrocarburos parece no concebir otra opción en la obtención de energías, ya que las energías fósiles están condenadas a una segunda extinción, llevándonos a una falsa salida: la de las energías “limpias” que se basan en las baterías de litio. El nuevo giro industrial, el informático, por más virtual que parezca requiere de un soporte energético y material que se está asegurando desde la economía transnacional: electricidad y sistemas computacionales son la base para la acumulación de capital en esta nueva etapa, marcada por despojos territoriales y masacres cotidianas por bala o enfermedad.

Las recientes declaraciones de Elon Musk, director de empresas como Tesla, Solar City, cofundador de PayPal entre otras, en el sentido de que patrocinarán los golpes de Estado necesarios con tal de obtener el preciado mineral, como ocurrió con Bolivia (detentadora de la mayor reserva de litio), deja ver cuáles son las directrices de la minería en el presente y en futuro, las mismas del pasado. Despojo y exterminio son la oferta del sector extractivo capitalista, cuyo discurso progresista desvía la atención de su efecto nocivo devastando selvas, desiertos, montañas, humedales, glaciares, bosques, etc. No hay territorio que se escape de la voracidad de esta industria, la cual pasa los costos sociales, económicos, ecológicos y culturales a toda la sociedad porque “este es el rumbo que está tomando la humanidad” sin asumir su papel depredador en lo social y natural que concentra la riqueza de esta actividad en unas pocas manos.

Pero son justo las sociedades rurales y urbanas, pequeñas en número, pero grandes en diversidad cultural, vinculadas ancestralmente a los ecosistemas, las que insisten en proponer una relación ecocéntrica con la Naturaleza, desde una cosmopolítica que forje alianzas, lo mismo con el vecino que con el bosque; con la familia, pero también con la montaña, etc., generando una dinámica de intercambios que mantengan la reciprocidad entre humanos y cosmos, interiorizando un respeto profundo por el entorno como dador constante de bienes y sustento, esto es, una relación de equilibrio entre los humanos y el entorno, natural y cultural.

Es necesaria una redistribución radical de la riqueza, no para cambiar la avaricia de unas pocas manos en otro reducido número de las mismas, sino para socializarlos bienes comunes y sus productos, modificando las normas destructivas de producción, distribución y consumo. Tales normas, bajo este sistema, aparentan como un acto neutral el de consumir, lo que en realidad es sinónimo de contaminar; mientras los otros seres vivos y habitantes de la Tierra, tal como los animales y plantas, son los primeros afectados de esta extinción masiva disfrazada de razón empresarial.