Oscar Ochoa

 

Albert Einstein solía decir que la imaginación era más importante que la inteligencia, y esta breve frase atribuida al padre de la Teoría de la Relatividad, encierra un gran campo, casi intacto, de tentativas y análisis sociales y políticos. La imaginación llevada al campo político remitiría a esa frase tan provocadora y poco comprendida del ’68: “la imaginación al poder”.

En tiempos en que parece haberse acabado la imaginación de los políticos que no hacen sino repetir discursos manidos y cambiar de camiseta como lo hacen de corbata, la imaginación popular se percibe como un mar insospechado de posibilidades que no podría agotarse en unas cuantas líneas.

Pero el llamado principal de este escrito es el de sentar las bases posibles para un diálogo entre imaginantes, es decir, un diálogo (un debate entre lógicas distintas) que aproxime a los que todavía tenemos aspiraciones genuinas para un cambio profundo y radical del sistema económico, social, político y cultural de este país. Esto es, una transformación entre las formas de la sociablidad, de las formas de hacer comunidad, lejos de la racionalización moderno-capitalista.

La imaginación política nos permitiría (como lo hacen ya decenas de comunidades, barrios y colectivas) pensar en una forma distinta de elegir gobernantes, o incluso de no tener gobernantes, dejando la fórmula fallida de los partidos políticos ajenos y contrarios al pueblo; esta misma imaginación nos permitiría pensar en otra forma de relacionarnos con los otros y con la tierra, para trabajar y obtener los frutos de ese trabajo, vinculados a nuestra labor de manera afectuosa como el artesano, el campesino o el artista cuando su trabajo es fructífero y su remuneración digna.

La imaginación nos llevaría a pensar nuevamente en la utopía, en esa tierra inexistente pero anhelada, en los sueños que hacemos realidad y que la modernidad nos desbarató frente a la cara como pago por nuestras jornadas infames como obreros, campesinos, migrantes y desocupados.

La imaginación nos podría ayudar a recuperar la Tierra, pues los bosques, selvas, mares, ríos y montañas, desiertos y glaciares desaparecen con vertiginosa rapidez ante las exigencias de las corporaciones que nos apresuran para comprar basura programada a futuro. Tenemos el ejemplo de los pueblos originarios o ancestrales, el adjetivo es lo de menos, que han resguardado los ecosistemas en los que habitan de manera equilibrada, tratándolos con respeto y valorándolos más allá de los servicios o bienes que les ofrecen.

Los y las imaginantes somos quienes nos resistimos a aceptar esta realidad de hiperconsumo, metadatos y realidades aumentadas que reporta grandes ganancias para pocas manos y miseria y destrucción para las grandes mayorías. Imaginantes somos las y los subversivos del mejor de los mundos existentes para los patrones, y reunimos en nuestras trincheras las imágenes de otros mundos posibles, porque una sociedad sin utopía es una sociedad muerta en vida como la nuestra, una sociedad como la actual fanática de la razón capitalista que ve en todo lugar, acción y ser una oportunidad de lucro. ¡No! Imaginantes somos seres del salto al vacío y por eso la sensación de vértigo entre los que siguen esperando de un político el cambio que nunca llegará.

Por eso nuestra invitación a los indecisos, a que juntos saltemos en medio de la tormenta y volemos como parvada de sueños, con incertidumbres, pero libres, libres en un mundo que no es el de la injusticia como presente y la extinción como futuro.